Capitulo 5

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Billy:


Desperté. Ahora toda la habitación se encontraba en un silencio sepulcral, excepto claro; por el goteo del agua de la máquina que le proporcionaba oxígeno a Max. Miré el reloj digital sobre su mesilla de noche, eran pasadas las ocho de la noche ¿Cuánto había dormido? ¿Tres, cuatro horas? Lo último que recordaba era haberle dado sus medicamentos de la tarde, acomodarle en su nariz los tubos de la máquina de oxígeno y sentarme junto a su cama, como solía hacerlo, a observarla.

Recordaba cuando era una pequeña. Parecíamos todos juntos una familia tan feliz. Max era una pequeña de mejillas coloradas, y sonriente. Corría de un lado al otro de la casa, saltando y dando volteretas. De pronto, a sus cinco años de vida, le descubrieron un terrible cáncer de pulmón. Con las semanas, su salud comenzó a empeorar y empeorar, en cuestión de días estaba tendida en una cama. Y así, luego de menos de un año, mis padres decidieron irse de viaje para ''relajarse'' un poco, poder olvidar toda la mierda que había en casa. Claro, así eran ellos, siempre que algo se ponía difícil; huían. Mi madre, una maldita adicta a los antidepresivos, además alcohólica. Y mi padre, un bastardo adultero, que apenas nos botaba unos dólares para poder comer algo cada mes. En fin, cuando su avión volvía de Barbados, el tanque de gasolina explotó durante el aterrizaje. El avión ardió en llamas y mi pequeña y enferma hermana y y yo, quedamos huérfanos. Después de unos meses, descubrí que mi difunta había dejado su herencia; una pequeña pastelería a mi nombre. Tan pronto como pude, vendí el departamento en el que vivíamos y renté una casa pequeña cerca de mi escuela, solo para poder estar cerca de Max. Con el dinero adicional que gané al vender el departamento, compré los equipos que necesitaba mi hermana. Y ahora, con el dinero de la pastelería, compro sus medicamentos, pago a una enfermera que la cuide durante el día y pago todo lo necesario. Es poco, pero podemos vivir.

Me refregué la cara, estaba cansado. Al ponerme en pie, mi columna dolió terriblemente. Solo caminé hasta la cocina, me serví una taza de café y me apoyé en el mármol a ver por la ventana. Me dispuse a ponerme algo cómodo para dormir, fui a mi habitación y me puse una camiseta de algodón y un pantalón suave. Era una noche helada y la llovizna golpeaba contra los cristales de la ventana. Me senté en el pequeño sillón de la sala de estar, así, en medio de la oscuridad y el ruido de la lluvia. Recordé mi día, no fue el mejor primer día ¿Cómo habría acabado el día? ¿Qué habría hecho Rose con el artículo de Andrew? Rose... ¿Qué estaría haciendo en ese momento? Bebí otro sorbo de café ''Al demonio con Rose'' Ya debía estar en la cama de Harrington, Byers, Carver o Brown ¿Y por qué me importaba tanto ella? No lo sé, solo sabía que el solo hecho pensar en ella enredada en los brazos de alguno de esos tres idiotas, me daba dolor de cabeza. Caminé de nuevo a la cocina, dejé la taza y tomé otro trozo de pizza fría que había ordenado el día anterior. Me fui de nuevo a mi habitación, no sin antes pasar una última vez por el cuarto de Max, me acerqué a ella y la cubrí bien con las mantas, revisé su suministro de suero y los tubos de la máquina de oxígeno. Todo parecía en orden para la noche.

Me tumbé en la cama, no tenía sueño, así que solo me quedé observando el techo ¿Cuándo se había vuelto todo tan complicado? Así estuve por horas, no sé cuanto tiempo, solo se que fue uno muy largo.

El ruido de mi despertador me sacó del sueño y de un puñetazo lo apagué. Empezaba un nuevo día. Una ducha corta, vestirme con ''lo de siempre'', tomar café con huevos revueltos y tostadas y estaba listo. Antes de salir sonó el timbre, era la señora Johnson. En el momento en que ella entró, yo salí. Hoy iría en mi auto, me metí en el y conduje hasta la universidad. Llegué a tiempo a la clase de filosofía. El señor Medina, entró saludando alegremente, con su extraño acento. Él era un refugiado latino, que huyó de su país y resultó enseñando en una universidad a miles de kilómetros de su nicho natal. Pasados unos minutos, la vi entrar. Se veía...increíble. Llevaba pantalones ajustados, botas para el frío; era obvio estábamos en las entradas del invierno, maldito cambio climático. Y un suéter color hueso, que resaltaba el color de su cabello, su sonrisa blanca y sus profundos ojos.

당신을 사랑하자 (Billy Hargrove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora