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El par de llantos descoordinados se oían por toda la casa casi opacando la discusión entre dos hombres sobre el mismo tema, mientras tanto un niño de pocos años miraba receloso a los dos pequeños mellizos ruidosos desde la sombra de la escalera.

Rusia apenas tenía tres años cuando sus hermanos Bielorrusia y Ucrania llegaron a casa, haciendo desorden y robándose la de por sí poca atención que tenía de su padre, lo cual comenzó a escalar gradualmente en discusiones menores hasta que se lanzaran cosas hartando a todas y cada una de las niñeras que se contrataban mensualmente.

Para su cumpleaños número nueve el niño de ojos cielo ya se había vuelto sumamente grosero y volátil, no soportando la sola presencia de los menores en el mismo ambiente y teniendo grandes peleas verbales con el soviético que rebosaba de estrés ya a causa del trabajo, sin contar las típicas discusiones diarias además de las quejas por todos lados sobre él y la necesidad de buscar niñeras de confianza.

Situación que nuevamente pasaba pues la más reciente renunció entre gritos porque Rusia le había cortado el cabello de una horrible manera dispareja cuando se quedó dormida, cada vez era más difícil que la agencia le diese una trabajadora pues el rumor de que su hijo mayor era un demonio corría más rápido que la pólvora.

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El pequeño rojiazul creía firmemente que las mañanas tenían olor y en base a ello se podía saber si sería un buen día, así que apenas aclaró se asomó por su ventana disfrutando del silencio en casa debido a que el resto dormía aún, inhaló profundamente y sonrió leve... "Olía fresco".

Lo cual significaba sol y a él le gustaba mucho el sol.

Se vistió rápido con algo ligero pero abrigador y con peligrosas maniobras ágiles fue descendiendo por la ventana de su habitación en el segundo piso ignorando el hecho de que estaba castigado y de por si tenían prohibido salir solos, pero su mente era dominada por su sed de aventura. Alejándose al interior del bosque para buscar algo interesante o recolectar rocas pequeñas para la escultura de cisne que llevaba algún tiempo haciendo con sumo cuidado, era muy perfeccionista aunque no lo pareciera, todo su intelecto y habilidades eran opacadas por su enojo desmedido cuando no recibía reconocimiento a diferencia de sus hermanos cuyos premios eran exhibidos en la sala.

Pensar en ello le causaba un fastidioso dolor en el estómago que se veía reflejado en el ceño fruncido que siempre tenía tatuado en su rostro ojeroso, excepto en momentos como ese que demostraba su comportamiento tranquilo real pues nadie estaba para juzgarlo o compararlo con alguien más. En soledad solo lograba ser él mismo y hacer lo que quisiera.

Lo único malo era que tenía mala noción del tiempo y no regresaba antes de que su padre despertara, acabando siempre en una ola de regaños sin fin.

•   •   •

—Ya deja de intentar asustarla, Sonya, es su primer día –Una de las secretarias le dio una palmada ligera a la nombrada, si seguía molestando a la nueva seguro renunciaría y les darían una queja—.

—Nastya tiene que saber a qué se enfrenta, dicen que el niño está loco y que le gusta quemar el cabello de la gente –Continuó la mujer regordeta, la misma encargada de la oficina de cuidadores en el ministerio de trabajo de la Unión, había visto a sin fin de personas renunciar en menos de una semana—.

—Tal vez solo tiene hiperactividad, nada que no se solucione jugando o dando un paseo, ningún niño es malo –La castaña no quiso llenarse la cabeza con rumores exagerados y se mantuvo serena mientras esperaba al auto que dijeron la llevaría hasta el hogar del guardián del territorio, eso la tenía más nerviosa por querer dar una buena imagen ya que usualmente la minimizan por ser joven creyendo que no tenía experiencia—.

—Igual llévate la cruz ortodoxa a ver si lo exorcisas –Sonya le hizo una seña de bendecirla y momentos después un auto negro de cristales oscuros aparcó frente a la oficina dejando ver a dos agentes con mirada afilada que bajaron por las maletas y para abrir la puerta– Buen viaje niña, suerte con el monstruito..

La de largo cabello ondeado respiró profundamente antes de bajar las escaleras con su maleta mediana en mano, previamente ya se había despedido de las dos mayores, así que no habían más preámbulos antes de irse a quién sabe dónde.

—Buenos días.. –Saludó por educación aunque no recibió respuesta, pero lo dejó pasar y subió al auto cuando el trajeado más cercano abrió la puerta trasera izquierda sin hacer expresión alguna—.

El resto del camino fue predeciblemente silencioso al menos no haciendo que se cocinara en nerviosismo por el peso de su nueva labor, jamás había pensado que la elegirían para cuidar de una de las Repúblicas Socialistas Soviéticas de menor edad, no había forma de que se permitiera arruinarlo.

Para cuando salió de sus pensamientos sintió que se detenían frente una casa bastante grande aunque de aspecto algo sombrío y gris, la puerta abriéndose sin aviso la hizo dar un saltito que disimuló antes de bajar rápido del auto para tomar su maleta dejada al pie de la escalera de piedra tallada. Parecía estar en el medio de la nada pero delante de un espeso bosque donde podía oír muchas aves distintas, se le hizo muy pacífico hasta que la puerta principal se abrió permitiendo ver a un niño rubio de semblante aburrido y dejando salir lo que claramente eran los gritos de un adulto reprendiendo a alguien.

—..No sé si decir bienvenida o que huya mientras pueda. –El pequeño de ojos verdes hizo una mueca rascándose la mejilla sabiendo que era una situación incómoda para sus cortos seis años—.

—Shh.. –Otra niña muy similar salió de un lado moviendo a su mellizo para dejarle espacio de entrar a la humana tensa– Pase, papá la atenderá en.. un rato.

—Claro.. gracias dulzura –Ella tragó en seco manteniendo la compostura y se adentró en el hogar ajeno oyendo detrás cómo el auto ya se iba, por un segundo pensó fugazmente en irse con ellos pero se alentó a qué tal vez no sería tan malo el niño faltante—.

Una madre para Rusia ||URSS × Reader||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora