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—...¿Contrato?.. –La de ojos cafés lo estaba arruinando su trabajo en solo segundos, pero todas esas frases secas era como oír nuevamente a su padre, el monstruo sin sentimientos– ¡¿Piensa que su hijo es una cosa que se rige a simples papeles?!

—No se atreva a levantarme la voz, la que está en falta aquí es usted –Se levantó de su asiento el de hoz y martillo mirándola con el ceño fruncido ante esas faltas de respeto—

—Oh pues perdone usted señor, ¡Por darle a su hijo el amor y la dedicación que usted no le dió en todos estos años! –La delicada mano de la humana lo señaló con el índice de manera acusatoria, ella no tenía la culpa de que el pequeño se hubiese refugiado en su cariño—.

—¡¿Y ahora es mi culpa cumplir con mi trabajo de nación?! –El carmesí se sintió sumamente ofendido con que esta volverse a sacarle en cara de una manera u otra que estaba pasando más tiempo en el Kremlin que con Rusia, incluso si estaban a mitad de una guerra– ¡No sea ridícula!

—¿Qué pasa, qué son esos gritos?... –Desde el segundo nivel la bielorrusa abrió su puerta soñolienta al igual que los otros dos que se asomaron el el pasillo olvidando un momento que se detestaban—.

—¡Pudo haberse tomado al menos media hora al día para pasar tiempo con los niños, eso no iba a matar a nadie! –Ella no tendría tanto trabajo por hacer si tan solo le hubiese enseñado a esos tres a que eran hermanos y debían apoyarse entre sí como los demás en la unión—.

—¿Ana, qué pasa? –El rojiazul vertical se asomó preocupado por estar leyendo esos gritos sobre él—.

—¡Rusia, vuelve a tu habitación! –El de gabardina giró a ver al niño más alto que casi cubría a los mellizos asomados en una esquina con expresión es nerviosas—.

—¡No, no le grites a mi mamá! –Chilló colocándose frente a la castaña como si quisiera ser una barrera entre está y el mayor—.

—¡Ella no es tu madre! –Ladró más enojado de oírlo nuevamente llamarla así, esa mujer no era su Sonya, no era la madre de Rusia—.

—¡Tú no eres mi padre, te odio, te odio! –Sus ojos se llenaron lágrimas a la par de su voz quebrada y fue inmediatamente abrazado por la humana que se arrodilló a consolarlo—.

El par de oji verdes en la entrada de la oficina se miró con nerviosismo optando por alejarse de inmediato a sus habitaciones sea evitar un griterío mayor. Mientras que las lágrimas abandonaron también los ojos de Nastya al oír a su niño llorar contra su pecho, el carmesí se frotó el rostro con estrés y apretó los puños para no decir nada más debido a la escena frente a él, la menor alzó en brazos al platinado y antes de salir le dió una mirada seria a su jefe aún teniendo sus ojos enrojecidos.

Subió a la habitación del ruso aún con este en brazos y volvió a arroparlo secando sus lágrimas con un pañuelo cercano, este se negó a soltar su manga así que se acostó junto a él cercana al borde y lo acunó contra su pecho.

Tengo un corazón, en el corazón, una canción, en la canción, un secreto… si quieres, adivínalo. –Comenzó a cantarle suavemente al compás de su mano acariciándole el cabello con delicadeza relajándolo– Para aquel que ama no es un acertijo difícil, para aquel que ama es todo sencillo...

Su voz fue haciéndose más baja hasta convertirse en susurros que acariciaban con amabilidad los oídos del niño que ya al borde del suelo respiraba despacio.

Tengo un corazón, en el corazón una canción, en la canción un secreto… el secreto eres tú. –La melodía finalizó en un beso en la frente ajena, acomodando la manta sobre ellos haciéndose la idea de que esa noche se quedaría a dormir allí– Tengo un corazón, en el corazón una canción, en la canción un secreto… el secreto eres tú.

Momentos después bostezó y se quedó dormida tranquilamente hasta que los primeros rayos del sol se colaron por la ventana, acostumbrada a su rutina se despedía rápido y salió con lentitud de entre los brazos del platinado para bajar a hacer el desayuno, huevos revueltos con champiñones y tostados doradas con mantequilla solo para ellos dos. Lo subió en la fuente y dejó los platos sin lavar de la cena en el lavadero incluyendo la sopa fría del ausente carmesí que seguía encerrado en su oficina, pasando antes por su habitación para ponerse ropa de dormir pues quería estar cómoda.

Despertó al menor para comer tranquilos, hizo que se lavara los dientes y volvieron a la cama en donde se acomodaron pues debido a la lluvia continua no podían salir de la casa y ninguno de los dos deseaba cruzarse con el resto, así que escogieron un libro y la de ojos cafés se dedicó a leerle de manera ininterrumpida hasta la hora de almuerzo en que tuvo que bajar nuevamente a la cocina, ignorando al más alto que lavaba los platos, tomó una olla para hacer otra sopa rápida pues el frío comenzaba a aumentar y nada era mejor que algo caliente en el estómago.

Este la miró de soslayo con restante incomodidad manifestada en su entrecejo fruncido, pero ella estaba con concentrada en terminar su sopa de pollo con patatas y verduras suaves, ignorando el silencio tenso del dueño de casa.

Prefería llevar la ley del hielo para evitar que Rusia se asustara otra vez de esa manera, ahora entendía por qué su madre nunca gritaba de vuelva mientras ella reclamaba a su padre algo de atención y este la minimizaba a la diferencia de su hermano menor. Los recuerdos de su vida antes de independizarse la hicieron soltar un ligero sollozo en lo que servía en caldo de la cacerola en dos platos, pero fingió que nada pasó secándose rápido con la manga para terminar de llenar los platos y lavar rápido lo que debía antes de subir.

Una madre para Rusia ||URSS × Reader||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora