6. Un beso de verdad

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Intenté tragar saliva, pero sentí la boca seca

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Intenté tragar saliva, pero sentí la boca seca. Me encontraba tapada con un edredón veraniego, mientras la luz que se filtraba por la ventana me cegaba.

Esperé unos segundos para acostumbrarme a ella antes de girar el rostro hacia un lado. Por fortuna, me encontraba sola en la cama. Aguantando el dolor de cabeza lo más que pude fui incorporándome despacio. También estaba sola en la habitación.

Eso estaba bien. Además, notaba que tenía ropa en mi cuerpo y...

—¡No!

Ahogué un grito cuando, al bajar la mirada, encontré que ya no usaba mi camiseta de tirantes. En su lugar tenía puesta una camiseta de media manga oscura que se me fruncía a la altura de la cadera. Una camiseta de chico.

Podía apostar mi paga de un mes a que era de Alex.

¿¡Qué demonios había pasado anoche!? ¿Y por qué no recordaba nada?

Sentí un leve mareo al ponerme de pies. Mi cuerpo gritaba por la necesidad de tomar líquidos y de pasar por el baño, las dos cosas a la vez. Decidí que tenía más cerca el servicio que la cocina, y me arrastré fuera de aquella habitación como un zombie que acababa de despertar reconvertido, o más bien como un vampiro que salía de un largo letargo.

Me lavé la cara, bebí agua directamente del lavamanos y me enjuagué la boca. Necesitaba sacar aquel horrible sabor agrio de mi boca. ¿Cómo fui tan tonta de emborracharme?

El reflejo del espejo me devolvía una máscara de pestañas corrida, el pelo desordenado dentro de la coleta caída, y la mayor expresión de vergüenza del mundo. Quizás debería tomar una ducha antes de bajar a la cocina, pero no me veía con fuerzas suficientes.

Necesitaba más agua. Y comida.

En aquellos momentos una hamburguesa llena de grasa con sus patatas frías sería... uff, delicia.

Bajé los escalones de la casa con prudencia, principalmente porque estaba descalza y no sabía que podría encontrar en el suelo después de una fiesta. Por fortuna no parecía demasiado sucio. Solo desordenado, y nada que una buena pasada a la aspiradora no pudiese arreglar.

Escuché ruidos desde la cocina y caminé directa hacia allí. Al asomarme por el hueco de la puerta me encontré con Alex de espaldas. Y sin camiseta.

Tragué saliva y tomé aire antes de dar un paso al interior. Tendría que enfrentar aquella situación en algún momento. Cuanto antes pasara por ella, antes la olvidaría.

No hice más que avanzar un par de metros cuando, como si notara mi presencia, él se giró. Tenía una bonita sonrisa en el rostro, que creció al verme a mí y a mis pintas de resaca. También llevaba una espátula en la mano y la cocina olía a huevos revueltos.

—Vaya, te ves horrible —saludó.

Gracias, pensé.

Llegué un poco más cerca de él y me incliné para observar lo que estaba haciendo. Efectivamente eran huevos revueltos, con trocitos de bacon y queso derretido.

Un Perfecto DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora