3. Seis meses antes

15.7K 1.5K 103
                                    

Estaba siendo, oficialmente, el peor verano de mi vida

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Estaba siendo, oficialmente, el peor verano de mi vida.

Casi todas mis amigas estaban ocupadas, ya sea viajando o en sus trabajos de verano. Mi madre estaba muy ocupada con su nuevo puesto de trabajo como la mujer más joven de su empresa en lograr llegar a jefe de departamento y, para colmo, mi padre parecía estar empeñado en que Anna, Alex, él y yo pasáramos más tiempo juntos.

Él era afortunado y podía librarse de aquellas horribles citas, porque tenía excusas como clases de verano para adelantar el curso, o simplemente porque era más mayor y además su madre se lo permitía. Pero a mí me hacían ir de comidas con ellos, al cine, al centro comercial... ¿No podían tener citas a solas como una pareja normal?

En una ocasión en la que Alex sí vino nos llevaron al Zoo. Perfecto, a mirar a pobres animales atrapados detrás de unos barrotes y sin libertad.

Al menos conseguí ayudar a un pobre niño pequeño. Estaba en medio de la zona de picnic, mirando con cara de susto hacia todos lados. Y solo, aunque no debía tener más de cuatro años. Eso fue lo que me llamó la atención.

Me acerqué a él y cuando me agaché para preguntarle si estaba perdido se echó a llorar y me abrazo. Me dio muchísima pena.

Por supuesto, no se sabía el teléfono de sus padres, pero sí sus nombres. Lo tomé en brazos para que estuviera más alto y pudiera verlos, o ellos a él, y comencé a gritar los nombres que me había dado.

Tras más de cinco minutos y un dolor de brazos increíble por sostener su peso, un hombre llegó hacia mí casi llorando y el niño se bajó corriendo hacia él. No se giró a darme las gracias, pero podía entenderlo en su situación.

Después de eso regresé con mi padre y Anna, que estaban absortos mirando un plano del parque mientras comían un helado. Y continuamos con varias visitas más. La última era la zona de los leones.

—No pareces muy feliz, princesa.

Me volví hacia Alex mientras descruzaba los brazos y apartaba los ojos de los adormilados animales que tenía frente a mí, observándonos con aburrimiento detrás de las rejas.

—Es que preferiría estar en cualquier otro sitio menos aquí —repliqué—. ¿Y a qué viene eso de princesa? Deja de llamarme así.

Me ignoró por completo. O al menos a medias, porque sonrió.

Para colmo era estúpidamente guapo cuando sonreía. Hay gente con mucha suerte en esta vida...

—Estuvo bien lo que hiciste antes —comentó tras unos segundos—. Ayudar al niño.

—¿Lo viste? —Asintió y fruncí un poco más el ceño—. ¿Y por qué no ayudaste?

Se encogió de hombros y no contestó. Además su teléfono móvil comenzó a sonar (¿quién tiene el teléfono con sonido a día de hoy?). Cuando descolgó escuché que decía el nombre de una chica y concertaba una cita para esa misma noche.

Tenía bastante claro que Alex era un ligón. Le había cotilleado en las redes, aunque nunca lo admitiría en voz alta, y había escuchado a su madre hablar en más de una ocasión de las chicas con las que había salido. Si no estaba mal informada, llevaba cuatro distintas en lo que íbamos de verano.

Aunque podía entenderlo. Era muy guapo. Si por lo menos me mirase, no dudaría en intentar algo con él. Pero yo solo era la hija del novio de su madre, una chica de instituto con la que a veces tenía la obligación de pasar tiempo.

Colgó la llamada y volvió a mirarme, logrando que me sintiera levemente incómoda y me enderezaba. Y ahora, ¿qué pasaba?

—Te llamo princesa porque te pega —dijo de pronto.

¿Me pega? ¿Qué tipo de explicación era esa?

—No entiendo a qué te refieres.

Ahí volvió de nuevo. Su estúpida sonrisa.

Dios... pero qué guapo era.

Alex se acercó un poco más a mí, hasta que apenas estuvo a unos centímetros de distancia. ¿Había subido la temperatura del día? Quizás necesitaba buscar una sombra...

—A que te tratan como una princesa. Cada vez que te he visto has estado de morros, jodiendo la cita a nuestros padres, quejándote por todo y contestando mal. Y aún así tu padre no te dice. Te consiente —se inclinó hacia el frente y casi pude notar su aliento sobre mí—. Como a una maldita princesa.

Qué pena, de verdad, que toda su belleza la jodiese cuando abría la boca para hablar.

Sin embargo, todo lo que se me ocurrió decir fue la brillante frase de:

—Que te jodan, Alex.

Él se apartó y sonrió con más ganas.

Me di la vuelta y me alejé de allí enfadada. Con un poco de suerte solo tendría que aguantarle unas semanas más. Todo lo que tardaran mi padre y su madre en poner fin a su relación.

Un Perfecto DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora