39. Los abuelos

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Anna tenía una ultimísima prueba del vestido, una que en realidad no entendía, porque era dos días antes de la boda

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Anna tenía una ultimísima prueba del vestido, una que en realidad no entendía, porque era dos días antes de la boda. ¿Y si algo estaba mal? ¿Y si los nervios le habían jugado una mala pasada y ahora el vestido le quedaba mal? ¿Y si se habían confundido con las medidas? ¿Y si...?

De acuerdo, estaba empezando a ponerme nerviosa y ni siquiera era la novia.

¡Ni siquiera te importa esta boda, Carla! ¡La odias!

En realidad, quizás yo no...

—¿Y bien? ¿No es una novia perfecta?

Eva descorrió la cortina del probador para mostrarnos a Anna, con su vestido de novia totalmente terminado. Se había hecho un semirecogido parecido al que llevaría en la boda y también estaba usando el velo de novia.

Mierda, sí que estaba preciosa. Incluso llegué a sentir que se me empañaban los ojos. ¿Qué narices me pasaba? Empezaba a estar demasiado sensible.

—Sigo pensando que no deberías casarte de blanco porque no es la primera vez que lo haces.

Y, como no, Adelaida tuvo que romper el momento.

Alex continuaba tratando de escaquearse de sus abuelos, y tras ver cómo hablaban de su padre y cómo reaccionaba él... no me extrañaba nada. En cambio, Anna, que también parecía molesta, no decía absolutamente nada. Tal y como estaba haciendo ahora: su sonrisa titubeó y sus ojos perdieron la luz, pero mantuvo la compostura.

—Ya lo sé, mamá, pero es...

—Es su boda y hará lo que quiera, señora. Si no le gusta no hace falta que venga.

Fue Eva, su amiga, quien intervino. ¡Y menos mal!

Adelaida se llevó la mano al pecho y frunció el ceño, pero no replicó mientras Anna se giraba para verse en el espejo. De pronto parecía indecisa, y yo decidí levantarme y caminar hacia ella.

Al llegar a su lado tomé su mano y la hice volverse de nuevo a mí. Tenía los ojos brillantes.

—Estás increíble. Es un vestido precioso y a mi padre le va a encantar.

Solté su mano cuando elevó las suyas hasta colocarlas en mis mejillas. Sus ojos continuaban húmedos, pero ahora brillaban un poco.

—Muchas gracias, Carla.

Me dio un beso en la frente y luego se volvió para mirarse de nuevo en el espejo. Mientras movía el vestido y ponía poses para verse mejor, pensé en el daño que podían hacernos las palabras, especialmente si venían de nuestra familia.

Se supone que la familia es quien más nos quiere, quien nos protege y nos debe hacer sentir seguros. Por eso cuando decían cosas desagradables sobre nosotros, hacían tanto daño... Los que más. A veces me preguntaba si algunos padres eran conscientes del dolor que provocaban en sus hijos. Era demasiado cruel pensar que la respuesta podía ser un sí.

Un Perfecto DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora