30. Imposible que me escogiera a mí

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Mis oídos se llenaron de un ruido sordo mientras caminaba a lo largo del restaurante, hasta salir de él

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Mis oídos se llenaron de un ruido sordo mientras caminaba a lo largo del restaurante, hasta salir de él. Aceleré un poco más una vez estuve en la acera y el frío de la noche impactó contra mis mejillas. Y un poco más al notar las primas lágrimas cálidas y saladas deslizarse por mis mejillas.

No quería llorar frente a ellos. De hecho, ni siquiera quería llorar en general.

Dejar que las emociones me sobrepasaran, que algo así me afectase tanto...

Pero lo hacía.

Continué caminando a través de las calles, apenas fijándome en las personas que había a mi alrededor, mientras las lágrimas se arremolinaban en las mejillas. Las secaba mientras rogaba en silencio porque nadie se diese cuenta de ellas. Y no fue hasta que llegué a una de las calles menos concurridas, cuando me di cuenta de que había alguien detrás de mí.

Cuando me di cuenta de que Alex estaba siguiéndome de cerca.

Traté de no mirarlo, pero eso tampoco funcionó. El continuó caminando cerca de mí, en silencio, como si esperara que fuese yo quien rompiese aquella burbuja que nos rodeaba.

Pero no me sentía con fuerzas para hacerlo.

Continué con mi camino a través de las atestadas calles. La gente a mi alrededor reía, se divertía y era ajena a cómo me sentía yo por dentro. No fue hasta que llegué a una zona donde apenas había gente, luces y coches, que Alex se acercó un poco más a mí.

Pero estaba allí. En silencio. Sin decir nada.

Hasta que tras unos minutos empezó a incomodarme un poco.

—No hace falta que me sigas.

—Me siento más tranquilo si no te dejo sola.

Apreté los labios pero aminoré un poco la marcha. En realidad, yo también me sentía mejor sabiendo que él estaba a mi lado.

—¿No estás enfadado después del lío que he montado en el restaurante? —Pregunté por fin.

Tardó unos segundos en responder.

—Supongo que tienes derecho a estar enfadada.

—¿Qué quieres decir con "supongo"?

Más segundos de silencio.

—Nunca pensé en cómo te sentías cuando pasaba tiempo con tu padre —dijo al cabo de un tiempo—. Supongo que es porque jamás me sentí mal porque tú te hicieses más cercana a mi madre. Pero me he dado cuenta que no es lo mismo.

Tragué saliva y continué avanzando, hasta que Alex agregó:

—No somos iguales. Ninguna persona en el mundo es igual a otra. Fallé en pensar que podías sentir lo mismo que yo y lo siento.

Un Perfecto DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora