12. Que ya no quiero nada que no sea contigo

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—¿A dónde crees que vas?

Me congelé a mitad de camino hacia la puerta de casa y me volví hacia mi padre. Había estado por lo menos una hora encerrada en mi habitación arreglándome para la fiesta en casa de Jason. Conseguí alisar mi cabello rubio y dejarle brillante. Había escogido un vestido azul con un poco de vuelo y hecho un maquillaje a juego. Tardé bastante en lograr poner la cantidad de brillo justo para que se notase pero no quedase excéntrico.

Y había quedado con Isabella para que viniera a buscarme e ir juntas. Pensaba esperarla fuera.

—A la fiesta de Jason —contesté con lentitud—. Te lo dije ayer.

Cruzó los brazos y elevó las cejas como si no me creyese.

—¿Me lo dijiste?

El día anterior en cuanto regresó del trabajo. Me costó bastante esfuerzo que me prestara atención y dejara de mirar el teléfono. Se ve que no me escuchó lo suficiente.

—Sí, lo hice.

Quería que mis palabras sonaran más fuertes, pero el dolor de que ni siquiera me hubiese prestado atención tildó la voz de tristeza.

—Bueno, da igual. No puedes ir.

Fruncí el ceño con enfado.

—¿Por qué no? ¡Me habías dado permiso! He quedado con mis amigas.

—Pues escríbelas y diles que al final no vas. Hoy cenaremos en familia.

Oh, genial.

—No me apetece cenar en familia.

—Anna ha reservado en un lujoso restaurante italiano. Le ha costado mucho esfuerzo encontrar un hueco. No vas a rechazar la invitación.

—Pero...

—Saldremos en cuarenta minutos —sentenció.

Y ahí dio por zanjada la conversación, sin escuchar mis protestas, sin tratar de entender mis sentimientos.

Durante una breve fracción de segundo tuve el impulso de echar mano a la puerta y salir corriendo. Dudaba mucho que fuese detrás de mí y en aquellos momentos poco me importaba el castigo.

Sin embargo la sensatez ganó al sentido de la justicia y acabé dándome la vuelta. Subí escaleras arriba con rapidez, todo para encontrarme con Alex al comienzo de ellas. Apenas me molesté en mirarle. Lo más probable es que se recreara mi desgracia, porque para él siempre era una niña mimada. Una puta princesa.

En todos estos meses viviendo juntos no se había dado cuenta de que la realidad estaba muy lejos de la verdad. Y si yo era una princesa... Era una princesa olvidada.

Alguien a quien nunca tenían en cuenta.

Me dejé caer en la cama sin molestarme en cerrar la puerta, o en si mi bonito vestido azul se arrugaba. Había visto a mi madre usar uno muy parecido en las fotos que subía a sus redes sociales y cuando lo vi en la app de la tienda de ropa no pude evitar comprarlo. Incluso había imitado su maquillaje y peinado, por eso me llevó tanto tiempo.

Un Perfecto DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora