2. Siete Meses Antes

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—Venga, sonríe un poco

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—Venga, sonríe un poco.

Miré a mi padre con los labios apretados, negándome a cumplir su petición. Gruñó por lo bajo, pero empujó la puerta del restaurante para que yo pasara primero.

No podía quejarse. Bastante estaba haciendo ya al acceder a ir a esa comida, a conocer a su estúpida nueva novia. La mujer por la que nunca volvería con mi madre. Pedirme que, además, pusiera una estúpida sonrisa feliz en mi cara aunque por dentro solo quisiera gritar, era pasarse.

Y es que mi padre había decidido que lo que más ilusión podría hacerme ese verano, era conocer a su nueva novia.

Siendo sincera, llevaba ya unas semanas sospechando que tenía a alguien. Estaba distraído, no se quejaba tanto y había dejado de echarme en cara lo mucho que me parecía a mi madre, de eso no tenía queja alguna. Pero la noticia del divorcio era bastante reciente.

—Sé educada, ¿de acuerdo?

Ni siquiera le contesté. Solo le faltaba decir "pórtate bien y no des problemas". ¿Qué tenía? ¿Cinco años?

Pensaba que esperaríamos a un camarero para sentarnos, pero avanzamos por el concurrido restaurante unos cuantos metros, hasta que de pronto mi padre alzó la mano hacia arriba y comenzó a saludar.

—Mira, ahí están.

"¿Están? ¿En plural?", pensé.

Se suponía que solo conocería a su novia. Mientras seguía a mi padre a través de las mesas mis ojos buscaron la dirección a la que íbamos. En seguida encontré a una mujer rubia saludando con una gran sonrisa y, a su lado...

Santa madre.

A su lado estaba uno de los chicos más guapos que había visto en mi vida. Ni siquiera sé cómo mis piernas continuaron moviéndose hasta llevarme frente a la mesa, pero apenas podía apartar los ojos de él.

Debía tener mi edad, tal vez un par de años más. Tenía el pelo castaño algo largo, tapándole los ojos en un estilo despreocupado que me encantaba. Sus facciones eran suaves, aunque había una pequeña sombra de barba en las mejillas y el mentón algo más marcado.

Y entonces levantó la mirada, clavándola en mí, y creo me fleché. Pestañas tupidas y larguísimas bordeando unos ojos castaños brillantes. Morí y reviví en ese mismo momento. ¿Quién era ese chico, por favor? Necesitaba respuestas.

—Carla, he dicho que saludes —repitió mi padre, tirando de mi brazo.

El modelo de revista se rió y yo regresé a la tierra. Aparté los ojos de él esperando no haberme ruborizado y regresé la atención a la mujer.

—Hola —saludé vagamente.

Para mi sorpresa ella se puso de pies. Y lo que fue peor, se dirigió directa hacia mí y me abrazó.

—Tenía tantas ganas de conocerte, Carla —comenzó a decir mientras me rodeaba—. Soy Anna.

Yo continué con los brazos pegados a mi cuerpo y la piel erizada. ¿Duraría mucho ese abrazo?

Un Perfecto DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora