20. Fuego

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Sus labios eran suaves contra los míos, y aunque todas las señales de cordura me gritaban que debía parar, que aquello no estaba bien

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Sus labios eran suaves contra los míos, y aunque todas las señales de cordura me gritaban que debía parar, que aquello no estaba bien... Sencillamente decidí ignorarlas. Porque el resto de mi ser se doblegaba a los deseos que había guardado bajo llave durante los últimos meses.

Demasiado tiempo soñando con volver a besarlo.

Y ahí estaba, con los ojos cerrados y mi cara aplastada contra la suya. Sabiendo que acababa de crear un perfecto desastre del que ya no podría escapar.

Pero todo lo que comienza tiene que acabar, y aunque aquel solo había sido un beso tierno y suave, me fui alejando despacio de él cuando me di cuenta de que no había percibido reacción alguna de su parte.

Lo miré sin saber cómo empezar a disculparme. Sus ojos se habían vuelto oscuros por las pupiladas dilatas y percibí cómo se inclinó hacia delante cuando me alejé.

—Yo... —comencé a decir—. Lo siento.

—No tienes nada que sentir, princesa. Soy yo el que lo hace.

Y fue su turno para iniciar de nuevo el beso.

Solo que Alex no daba besos inocentes. Él daba besos de verdad. De los que te calentaban el estómago y te hacían temblar las piernas. Esa clase de besos que te dejaban sin aire y con el corazón latiendo a toda velocidad.

Así, precisamente, fue como me besó. Con ferocidad. Con deseo desenfrenado.

Pasó las manos por mi cintura para atraerme hacia él y nuestros cuerpos chocaron. Pasé los dedos por encima de la tela de su camiseta hasta alcanzar el cuello y aferrarme a él. Nuestras bocas danzaban como si quisieran beber la una de la otra, como si fuese imposible separarnos.

Sentí sus manos entrar bajo mi camiseta y acariciar la piel de mi espalda. Lo hizo con fuerza, clavando los dedos y no pude evitar gemir en su boca. La sangre me ardía por dentro y el deseo que había estado conteniendo todo este tiempo amenazaba con desbordarse.

Me dejé llevar por su tacto y fuimos tambaleándonos por la habitación hasta que mi trasero chocó contra algo, pero no me importó. No quería romper aquel beso. No podía.

Pero no solo eso: quería más.

Cuando dedos llegaron a la tira de mi sujetador sentí un escalofrío agradable que me erizó la piel y me hizo clavar las uñas en su cuello. Alex se apretó contra mí, jadeando.

—Mierda, princesa —susurró contra mis labios, con el sonido de nuestras respiraciones llenando el ambiente—. Necesito tenerte aquí y ahora.

—Entonces hazlo —repliqué mientras acariciaba las puntas de su cabello—. Aquí y ahora.

Alex no se hizo de rogar. Sus labios volvieron a atacar los míos de forma salvaje mientras debajo de mi camiseta desabrochaba el cierre del sujetador. Sentí cómo los tirantes se deslizaban un poco por mis hombros, lo justo para que las copas no opusieran resistencia cuando su mano se movió al frente y ahuecó mi pecho.

Un Perfecto DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora