8. Presente

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—¿Pero no se suponía que ya estaban casados?

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—¿Pero no se suponía que ya estaban casados?

Asentí hacia Heeijin, que mordisqueaba la pajita de papel de su té en silencio, esperando mi respuesta. Había quedado con mis amigas para tomar algo en nuestra cafetería favorita y contarles lo sucedido, pero solo ella pudo acercarse.

Por algo era también mi mejor amiga.

—Sí, pero ellos quieren su celebración legal y bonita, con amigos y familiares.

Me dio una arcada solo de pensarlo. Aunque no quise escuchar los detalles, en la cena me obligaron no solo a sufrirla en "familia", también a escuchar cómo pretendían hacerla en el jardín de casa. Teníamos que contratar un catering privado, música en directo, servicio de limpieza, flores...

Y digo teníamos, porque aquello resultó que sería parte de la larga lista de tareas que el estúpido hijo de Anna y yo haríamos juntos. ¿No se suponía que era su boda? ¿O lo único que les interesaba preparar era la lista de invitados?

Heeijin bajó la pajita de la boca despacio, pero una sonrisa socarrona se adueñó de sus labios. Se inclinó sobre la mesa y comenzó a decir:

—Déjame adivinar: todavía no saben que tú y Alex...

La interrumpí antes de que pusiera fin a la frase, sacudiendo las manos en todas direcciones. Miré alterada por si alguien más la había escuchado.

—¡Calla! —Exclamé alarmada—. ¡No lo digas en alto o alguien podría escucharte!

Se rió, pero volvió a recargarse sobre el respaldo de su silla. Por fortuna nadie la había escuchado. Todas las personas de la cafetería parecían ajenas a nuestra conversación. Aunque el peligro recaía en un par de amigos lejanos de mi padre, que estaban unas mesas más allá.

—Me siento honrada de ser la única persona que sabe tu sucio secreto —comentó Heeijin, y yo arrugué la nariz.

—Vaya, gracias por llamarlo sucio. Me haces sentir muchísimo mejor.

—¿Prefieres sensual secreto? ¿Sexy secreto? —Volvió a inclinarse sobre la mesa—. ¿Erótico secreto?

—Vete a la mierda —repliqué.

Fui a darle una patada pero mi pie chocó contra una de las patas de la mesa y derribé la taza de café. Parte del líquido oscuro manchó el mantel y un par de servilletas, pero conseguí apartar mi bolso a tiempo.

En seguida lo coloqué en la silla que tenía al lado, por si acaso. Era un bolso muy valioso para mí, pero no por ser caro, que era lo que todos pensaban, sino porque...

—¿Y qué opina Alex de todo esto? —Mi amiga interrumpió el hilo de mis pensamientos, regresándome a la realidad mientras terminaba de secar el desastre con su propia servilleta—. ¿Has hablado con él?

Recordé la conversación que tuvimos en mi habitación. Si es que a eso se le podía llamar conversación...

—Vagamente —musité—. Pero digamos que no parece que le importe mucho lo que hagan su madre y mi padre.

Un Perfecto DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora