Era un martes por la tarde de un veintiuno de febrero, su cumpleaños número diecisiete.
Guillermo tarareaba una canción al colocar en un termo el agua que había dejado calentándose en la pava. Guardó con mucho cuidado todo el equipo de mate en su mochila junto a un tupper con galletas caseras que él mismo había preparado.
—¿Te vas, Guille? —le preguntó su tía Esther.
—Sí, tía, voy a ir a la plaza con Nora —dijo él con una sonrisa—, vamos a ir tomando unos mates.
—A la noche vamos a hacer unas pizzas, podés invitar a quien quieras —le dijo ella—. ¿Qué querés que te regale?
—Nada, tía, estoy bien así, ya suficiente hacen por mí.
Esther sonrió con ternura y se acercó un poco solo para poder apoyar su mano en el rostro de él. Guillermo era muy alto y fornido, había crecido mucho en todos esos años y ya no era un pequeño niño desgarbado, pero seguía siendo igual de cariñoso y correcto que siempre.
—Cuando cumplas dieciocho vas a poder usar la casa que era de tus papás acá antes de irse a Santiago, y la plata de los alquileres está en una cuenta de ahorro a tu nombre, Guille —le dijo con una sonrisa—, podés hacer lo que quieras con tu plata.
—Tía, usala para lo que quieras, para la luz o el gas, o la comida, o para comprarte algo para vos, pues.
—Es tuyo, Guille, es tu herencia. No nos corresponde tocarla.
—Encima que le das de comer y lo vestís no te da ni un peso el ratón miserable este —dijo de repente uno de sus primos más grandes.
—¡Omar! —lo regañó su madre—. ¡¿Ni en su cumpleaños lo dejan en paz?!
—Qué carajo nos importa este santiagueño de mierda —acotó otro de sus primos.
Guillermo los ignoró, como había hecho durante todos esos años. Le dio un tierno beso en la mejilla a su tía y luego salió de la casa, ignorando los gritos e insultos de sus primos. Solo tenía buena relación con los menores, Ana, Pablo y Lolo, quienes ya tenían dieciocho, diecisiete y quince años.
Cruzó la calle para poder buscar a Nora, pasó por encima de esa pequeña puerta de madera que no servía de barrera para nada y cruzó el jardín para poder golpetear con ánimo la puerta. Acomodó la mochila en su hombro con una sonrisa, la cual fue borrada al instante en que salió Raquel con su clásico rostro serio.
—Hola, señora, ¿está Nora? —dijo con una sonrisa y la miró fijo a los ojos oscuros.
—Está castigada, no va a salir a ningún lado.
—Pero... es mi cumpleaños, ¿puedo pasar y me quedo con ella?
Raquel suspiró, su rostro tenía arrugas y grandes ojeras se miraban bajo sus ojos. Su cabello entrecano lo llevaba recogido en un rodete, y sus cejas estaban fruncidas, lo que siempre aumentaba sus gestos de desagrado. Colocó entonces sus manos en las caderas y dijo:
—Sos un buen chico, Guille, no deberías seguir juntándote con Nora, es una mala influencia para vos —lo miró un instante y luego agregó—: que termines bien tu cumpleaños.
Diciendo eso cerró la puerta.
Guillermo suspiró. La posibilidad de que Nora no pudiera salir era muy obvia, pero había tenido la esperanza de que por ser su cumpleaños pudiera ser una excepción.
Se aseguró de que Raquel no estuviera por allí y entonces caminó hacia la pequeña pared baja de la entrada. Se paró encima para poder trepar la medianera que daba al pasillo del costado, era una entrada aparte que daba a un departamento vacío del fondo, y que también daba a las ventanas de Raquel y de Nora.
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Como el cristal [ Muñequita #0 ]
General FictionPor miedo a perder a su mejor amiga, Guille se lanzó hacia la mujer que terminaría por romper todo lo que él es, pero salir de una relación violenta puede ser muy difícil...