Ambos ya estaban hartos, no conseguían dormir ni una sola noche. El bebé lloraba todo el tiempo y ellos lloraban junto a él porque no entendían lo que necesitaba.
La primera semana siendo padres fue horrible, pese al esfuerzo que hacía Leo por ayudar a Nora. Sin embargo habían comenzado también a discutir entre sí por el mismo cansancio de sus cuerpos.
Leo y Nora, en esos momentos, se llevaban peor que nunca.
Una madrugada Nora se despertó por ese fuerte llanto y lo tomó en sus brazos para darle de amamantar, y a su lado Leo se cubría el rostro con las manos en un grito silencioso porque ya no recordaba lo que era dormir.
—Leo… —dijo ella al moverlo.
—¿Qué pasó ahora? —gruñó, entredormido.
—No me siento bien…
Él abrió un ojo para verla, Nora tenía su rostro lleno de lágrimas y sudor, se tocaba un pecho con un gesto adolorido.
—¿Qué pasa, qué sentís? —preguntó al sentarse, aunque primero se aseguró de que el bebé estuviera bien.
—Me duele mucho, está dura y duele mucho —sollozó al tocarse un seno.
Leo le corrió la mano para ver, estaba muy inflamado y con zonas rojizas, pero le preocupó mucho más que la piel de ella estaba ardiendo. Se puso de pie en un instante para tomar el termómetro del botiquín y poder tomarle la temperatura.
—¡Nora, tenés cuarenta grados de fiebre!
Diciendo eso tomó el bolso del bebé y puso algunos pañales, ropita e hizo que Nora se levantara de la cama. Irían a la clínica sin dudar, pero tenían que ir también con el bebé.
No hablaron durante el trayecto, llevaban unos días sin hablarse de forma sana porque, por cualquier motivo, terminaban discutiendo.
Nora tenía una mastitis, debido a un mal agarre del bebé al mamar. Allí en la clínica le dieron unos antibióticos y también le enseñaron la correcta forma de amamantar, para evitarse más mastitis en el futuro.
El viaje de regreso fue igual de cansador, porque el bebé, nuevamente, había comenzado a llorar y con él Nora también.
No habían aceptado visitas en su casa esos días, querían esperar más, pese al entusiasmo de toda la familia y amigos. Sin embargo esa tarde les llegó una visita de imprevisto, Clap junto a su madre.
—Clau, no estamos en el mejor momento para visitas —dijo Leo, con marcadas ojeras bajo sus ojos.
—No vinimos a verte a vos, sino a cuidar de Nora —dijo Mari y lo hizo a un lado para pasar por ese pasillo—. Es al fondo, ¿verdad?
Leo comenzó a mascullar insultos por ese improperio, pero Clap posó su mano en el brazo de él, con cariño.
—Ambos están cansados, dejen que los ayudemos. Vamos a cuidar al bebé para que puedan darse un baño y dormir.
—Ya ni recuerdo lo que es dormir —gruñó Leo.
Siguió a esas dos locas punks que caminaban hacia la casa, Clap con su largo y alborotado cabello verde, y su madre con el cabello rapado y violeta. Ya no lo llevaba fucsia.
Cuando entró en la casa vio a Mari con Ale en los brazos, le hablaba con mucho cariño.
—Andá a bañarte, Nora. Estoy segura de que llevás días sin poder hacerlo. Luego acostate.
Nora obedeció de forma sumisa, aunque Leo aún tenía quejas al respecto. Mari, con su voz suave, logró en poco tiempo convencerlo de acostarse a dormir. Y ambos, no bien tocaron la cama, quedaron dormidos al instante, exhaustos.
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Como el cristal [ Muñequita #0 ]
Ficción GeneralPor miedo a perder a su mejor amiga, Guille se lanzó hacia la mujer que terminaría por romper todo lo que él es, pero salir de una relación violenta puede ser muy difícil...