Capítulo N° 9

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Era de madrugada, el cielo seguía aún oscuro y frío, las únicas luces presentes eran las de la calle. Tenían todo listo para partir, incluso los permisos firmados. Raquel había aceptado sin dudar ni un segundo diciendo que si Nora no regresaba era aún mejor. Ella no se sintió muy afectada por ello, estaba acostumbrada, así que no le dio mayor importancia.

Guille había preparado una mochila con todas sus cosas, la guitarra colgada al hombro y la carpa que le prestaban sus tíos.

—Cuidate mucho, hijo. Voy a estar histérica mientras no estás, llamanos cuando puedas. Me siento mal, ay, creo que me da algo —dijo Esther tan rápido que pisaba sus propias palabras mientras se abanicaba el rostro.

—Voy a estar bien, tía, te llamo en cuanto consiga un teléfono —dijo Guille y la abrazó con cariño.

Leo se acercó para poder tomar las cosas del muchacho y guardarlas en el baúl, pero Esther lo amenazó con su dedo índice.

—Si algo le pasa a Guille voy a buscarte por toda Argentina, ¿quedamos claros?

—No se preocupe, señora, va a estar bien cuidado —dijo él con una sonrisa.

Tito abrazó a Guille y le colocó un billete en la mano de forma disimulada, pero él rechazó rápidamente con un movimiento de cabeza.

—Para que te compres algo, aunque sea una de esas tortillas tan ricas que hacen en Santiago —le dijo con una sonrisa y le palmeó la espalda.

—Pero... es mucho.

Tito se hizo el desentendido cuando su esposa comenzó a hacer preguntas, y se alejó para permitir que su sobrino pudiera irse en paz.

Ana apareció refregándose los ojos con un bostezo, se había levantado solo para darle un abrazo a su primo, y luego de desearle suerte volvió a entrar en la casa por pedido de él, que no quería que se enfermara.

—Está tardando —dijo Guille al ver la casa de Nora.

Leo se apoyó contra el capó del auto, cruzado de brazos y con el vapor de su respiración que se notaba en el aire.

—Tal vez su madre se arrepintió —dijo sin darle mayor importancia.

La puerta se abrió y Nora le dedicó una sonrisa a Guille mientras se acercaba con una mochila a la espalda, con sus clásicas vestimentas desgarradas y negras, llena de cinturones de tachas y cadenas.

—¡Yo lo cuido, doña Esther! —le dijo con una sonrisa y abrazó a Guille.

—Lo sé, Nora, que se diviertan.

Con un movimiento educado de mano Leo los invitó a subir. Guille se acomodó en el asiento del acompañante, mientras que Nora se ubicó atrás con los brazos cruzados.

Los tíos de Guille los saludaron con alegres movimientos de mano mientras el auto se alejaba dando bocinazos de despedida. Guille sintió angustia al alejarse, porque era la primera vez que pasaría lejos de sus tíos por tantos días, pero la alegría de volver a su tierra era mayor que su pena.

—Con su permiso —comenzó a decir Nora y se puso lentes de sol, pese a la oscuridad, al recostarse en el asiento—, pero voy a seguir durmiendo. Me despiertan luego.

—Ponete el cinturón, culeada —se quejó Guille.

—Si muero va a ser por lo mal que maneja el hippie.

—El hippie maneja muy bien —dijo Leo con una risita—. Dormí, Norita, aprovechá a descansar que el viaje es largo.

Guille resopló, porque tenía planeado tomar mate con ella durante el viaje. Leo, a su lado, negó con un movimiento de cabeza para indicarle que no la molestara.

Como el cristal [ Muñequita #0 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora