Capítulo N° 25

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Ahora que Melanie estaba un poco más grande, lloraba menos por las noches, por lo que Guille estaba mucho más descansado. Estaba jugando con ella sobre la alfombra de la habitación, porque Melanie ya se tomaba de los pies y rodaba, se reía. Estaba aprendiendo a sentarse, aunque ese trabajo aún le costaba un poco y al caer volvía a reírse.

Guille le tomaba muchas fotos, especialmente cuando se metía el pie en la boca, pues le daba mucha ternura. Estaba sana y regordeta, con su ropa siempre limpia porque él se preocupaba de que siempre estuviera pulcra.

Había aprendido que ella lloraba con desesperación cuando él se alejaba, por eso Guille le hablaba todo el tiempo cuando se alejaba por algún motivo, para que Melanie supiera que él estaba ahí.

Solían salir a pasear con el carrito, y aunque antes ella le sonreía a todo el mundo, ahora era más recelosa y no le sonreía a desconocidos, incluso lloraba frente a ellos. A la pequeña le gustaba mucho estar en los brazos de su padre, mucho más que en los de su madre, porque era a él a quien veía todo el tiempo. También le gustaba ir a los brazos de Clap, para odio de Andrea que no la soportaba. Y, para sorpresa de Guille, Melanie también se sentía muy cómoda en los brazos de su tío Pablo.

—¡Venga con el tío! —dijo él al alzarla en sus brazos—. ¿Lo ves, Mela? Tal vez no sea tu padrino pero soy el mejor tío del mundo.

—No le traigas regalos siempre, se va a malacostumbrar —se rió Guille al ver que Pablo movía un peluche de conejo que era sonajero.

—Para eso estoy, para hacerla caprichosa y mimarla —dijo y la levantó en el aire—. ¡Para eso son los tíos, hermosa!

Guille solo se rió mientras preparaba mate. Su primo estaba muy cansado porque acababa de llegar de la fábrica, y lo primero que había hecho fue ir a visitar a su sobrina, antes que cualquier cosa.

—Che, Guille —dijo Pablo viendo a Melanie al rostro, a sus grandes ojos miel y su sonrisa alegre al babear y gorgojear—. Se está pareciendo a la tía Estela, ¿no? No la veo parecida a Andy, tampoco a vos.

—Tu papá dice que se parece a mi mamá de chiquita, dijo que iba a buscar fotos de ella de bebé para mostrarme —dijo Guille con una sonrisa—. No tiene mi tono de piel, ni mis rasgos.

—Mis hermanos dicen que no es tuyo.

—Tus hermanos pueden chuparme el pingo —gruñó Guille con odio—. Es mi hija.

—Lo sé, Guille, para mí se parece a la tía Estela —aseguró Pablo con una sonrisa. Le gustaba hacer saltar en su pierna a la bebé, lo que siempre la hacía reír—. Tu mamá era casi una modelo, va a ser bellísima entonces. Me parece que me voy a conseguir una escopeta, va a haber que espantar a los rufianes.

—¿Rufianes como vos?

—Exactamente.

Ambos se rieron, y luego Pablo bajó a la pequeña a su alfombra para que pueda rodar como le gustaba hacer. La miró con una sonrisa enorme, porque en verdad le habría encantado ser su padrino. Sabía que Leo la visitaba todo el tiempo, que la llenaba de regalos, y que también sería un gran apoyo en su vida, pero no podía evitar sentirse dolido y celoso.

—Fue el cumpleaños de Nora —comenzó a decir Pablo y sorbió su mate—. Supongo que vas a ir a la fiesta mañana, ¿verdad? ¿O Andrea te va a gritar?

—Si Andy me grita o no me grita, no te importa —gruñó Guille.

—¡Obvio que me importa, sos mi primo, mi hermano! —se quejó Pablo—. ¿Quién chota se cree que es para gritarte todo el tiempo?

—Es mi esposa, para eso está.

Pablo lo miró fijo a los ojos, porque sabía que Guille de por sí era alguien sumiso, y ser menor que Andrea le daba a ella más poder en la relación. Pablo sabía muy bien que ella no solo era muy celosa, sino que también muy malhumorada.

Como el cristal [ Muñequita #0 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora