Capítulo N° 11

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Habían pasado cinco días desde que regresaron del viaje a Santiago. Guille y Nora continuaron con sus rutinas habituales, uno buscaba al otro para poder ir a la escuela. Se juntaban a estudiar y hacer sus trabajos prácticos mientras tomaban mate, pero nunca hablaron del viaje a Santiago, ni siquiera de las cosas buenas. 

Guille se sentía muy incómodo junto a ella, especialmente con el calor que estaba haciendo en pleno invierno y que obligaba a Nora a llevar menos ropa. Haberla visto desnuda, haber besado sus pechos y acariciado cada tramo de piel en ella, era en ese momento una tortura para él que no podía dejar de mirarla y recordar esa noche. Varias veces tuvo que darse una bofetada, rascarse las muñecas con nervios o darse un baño frío, con la excusa de que hacía calor.

Nora, por su parte, actuaba igual que siempre, con sus bromas, su malhumor y sus comentarios ácidos, y no mostraba señal alguna de verse mal o triste. Eso aumentaba la idea de Guille de que o lo había olvidado o no le dio importancia.

Estaban a punto de salir de la escuela con sus mochilas colgadas al hombro. Iban conversando mientras esperaban a Pablo, que siempre era el último en salir, cuando alguien empujó a Nora y casi la hizo caer al suelo.

—¡Pará! ¿Qué te pasa? ¡Pedí permiso! —se quejó Nora.

La chica la miró de arriba hacia abajo con desprecio y continuó caminando, incluso la golpeó en el rostro con su larga colita alta cuando le dio la espalda.

—Nori, tranquila —comenzó a decir Guille al ponerle una mano sobre el hombro.

—¿Qué le pasa a la pelotuda esta? —gruñó Nora con asco.

La chica entonces se dio vuelta y le escupió el rostro, y solo bastó eso para que Nora, que intentaba estar más tranquila, se lanzara sobre ella para darle puñetazo tras puñetazo en plena entrada del colegio.

—¡Nora! —gritó Guille que intentó tironearla de un brazo.

Las amigas de la chica comenzaron a patear en el suelo a Nora para que soltara a su amiga, pero ella no la soltó pese a los golpes que estaba recibiendo.

—¡Nora, por Dios, parecés una salvaje, ya basta! —gritó Guille al sostenerla de atrás.

—¡¿Y tengo que dejar que me escupa esta hija de mil puta o qué?!

Se sacudió pero aún así le lanzó una patada a la chica.

—¡Podés hablar, no actuar como una bestia salvaje! —dijo Guille con el rostro furioso—. ¡Soltala de una vez, o te juro que me voy y te dejo acá sola! ¡Me muero de vergüenza cada vez que hacés lo mismo!

—¡Andate si querés, me importa una mierda! —le gritó con los ojos empañados en lágrimas.

Le dio una última patada a la chica y recibió otras de parte de sus amigas, para luego tomar la mochila y alejarse. Los profesores estaban ahí y los preceptores también, por lo que Nora estaba segura de que llamarían a su madre, además de a la policía. Comenzó a alejarse sintiendo un gran hueco en su interior que se agrandaba cada vez más, con cada paso que daba. Le dolía el cuerpo y el rostro, se había raspado con la vereda y su piel comenzaba a escocerle, pero no iba a voltear a ver a Guille.

—¡Nora!

Lo oyó cerca pero comenzó a correr para alejarse de él, aunque sabía que él era mucho más rápido porque tenía piernas más largas y músculos más desarrollados. Él no tardó en llegar hasta ella una cuadra después, la retuvo de la mochila y al hacerlo Nora casi cayó al suelo.

—¡Dejame en paz, Guillermo! —le gritó con los ojos llenos de lágrimas—. ¡¿Para qué mierda querés ser mi amigo si odiás cómo soy?! ¡¿Para qué querés juntarte con una bestia salvaje que te avergüenza?!

Como el cristal [ Muñequita #0 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora