Paloma llevaba una semana por Brasil y se había mensajeado casi a diario a Ian, le comentaba sus impresiones sobre los distintos lugares que iba conociendo o le preguntaba el significado de algunas palabras en portugués. Se había pasado sus primeros días en San Paulo, en unas jornadas de capacitación a la que había sido enviada por la editorial para la que trabajaba. Además, iba con la tarea de conversar con una editorial local para ver la posibilidad de traducir algunos de los libros más vendidos de la empresa.
Luego, había volado hasta Río de Janeiro, con la idea de conocer esa ciudad tan característica del país. Había ido allí con una amiga que también había participado de la jornada y habían salido a bailar y a divertirse con un grupo de turistas italianos que se encontraron en el hotel. Ian pensaba que aquello era una locura típica de Paloma.
Él le había dicho que se cuidara en Río, pues había zonas peligrosas, que la esperaba al final de la segunda semana y que le mandara la hora en que llegaría al aeropuerto para pasar por ella a buscarla.
El domingo antes de su llegada, aprovechó para ir a hacer algunas compras que entre semana eran más difíciles debido al tráfico pesado y las distancias. Necesitaba conseguir un nuevo juego de sábanas, algunos insumos para el baño y la cocina, una cortina nueva para la habitación en la que dormiría Paloma y alguna que otra cosa más. Ian era un hombre ordenado y organizado, pero su casa era muy simple. Tener a una chica en ella le generaba la necesidad de comprar algunos artículos para que estuviera cómoda.
Ian vivía en un condominio de esos que más bien parecían casas de verano, se había mudado allí para estar más cerca del trabajo y era uno de los motivos por los cuales solía discutir con Isa, ya que ella no había estado de acuerdo pues era lejos de su casa. Además, ella tenía la ilusión de que se mudaran a vivir juntos y él no había estado de acuerdo, puesto que la casa de ella quedaba demasiado lejos de su lugar de trabajo y, con el tráfico pesado de la ciudad, gastaría demasiado tiempo y dinero.
El alquiler que pagaba por su casa no era muy barato, pero el sitio era acogedor y quedaba cerca de la playa. Era una pequeña casa de dos plantas, abajo tenía una cocina, comedor y una sala de estar y en la segunda planta dos habitaciones con el baño común. Una de las habitaciones tenía un pequeño balcón que miraba hacia la playa y el jardín era compartido entre las otras nueve casas del condominio. A él le gustaba su espacio y se había acostumbrado a sus vecinos, que lo hacían sentir menos solo.
Paseó por varios lugares y consiguió lo que deseaba, regresó a su casa y se dedicó a arreglar el sitio donde dormiría Paloma, o sea, la habitación que solía ser su estudio. Liberó espacio arrimando el escritorio hacia una de las esquinas, desplegó la cama portátil que le había prestado Joao, uno de los vecinos, y colocó encima el colchón que había sacado al sol previamente para ventilarlo. Aprovechó también para colgar las cortinas que había comprado en el ventanal que tenía la habitación, eran de color azul marino. Nunca le había puesto cortinas porque no solía pasar allí el día, más bien usaba esa habitación cuando llegaba del trabajo y el sol ya no era un problema. Pero teniendo en cuenta que en esa zona amanecía muy temprano, Paloma tendría el sol encima y no podría descansar.
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Cuando las mariposas migran
RomancePaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...