🦋 Heridas 🦋

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Habían pasado dos semanas desde que Paloma se había marchado, pero Ian todavía no lograba acostumbrarse a su ausencia

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Habían pasado dos semanas desde que Paloma se había marchado, pero Ian todavía no lograba acostumbrarse a su ausencia. Se recreaba una y otra vez en sus recuerdos y se preguntaba cómo podía haber llegado a significar tanto en tan poco tiempo. Había estado en una relación con Isabella mucho más tiempo que con Paloma, pero lo que le pasaba con ella era distinto.

Estaba enamorado, la amaba incondicionalmente y ya no tenía dudas al respecto. Le gustaba la persona en la que se había convertido a su lado y deseaba seguir siendo ese mismo Ian, aunque ella ya no estuviera. Por eso, se levantaba cada mañana, intentaba sonreír, e iba a su trabajo tratando de hacer lo mejor que podía. Y cuando regresaba, solía salir a caminar o a trotar por la playa, y casi siempre terminaba sentado sobre esa piedra que fue testigo de tantas charlas recordándola, pensándola.

Podría haberle enviado un mensaje, podría haberle escrito pidiéndole para hablar. Carmiña le había dicho que la buscara, que ella estaba segura de que Paloma lo amaba y que seguro se terminaría por dar cuenta, pero él no iba a hacerlo, porque ella necesitaba descubrirlo por sí misma, no por la presión que él pudiera ejercer. El amor no se puede forzar, debe nacer de adentro.

Además, estaba intentando hacer las cosas de manera distinta, antes, por no quedarse solo hubiese hecho hasta lo impensable. Algo como comprar el primer boleto de avión con destino a España e ir a buscarla, ofrecerle lo que estuviera a su alcance para que lo eligiera, convertirse en lo que ella deseara para que se quedara. Pero esa era la persona que Paloma le enseñó a no ser más, y una de las grandes tareas que la vida le ponía en frente era la de aprender a estar solo, aunque le temiera a la soledad.

Una vez había leído en un libro que las lecciones que uno no aprendía en la vida se repetían una y otra vez hasta que la persona las interiorizara, y él estaba cansado de sentirse solo. Estaba dispuesto a aprender a estarlo.

Para ello, se compró un montón de libros que hablaban sobre la soledad, las heridas de la infancia, el niño interior y aprender a estar con uno mismo. Aquello le hizo bien, le ayudó a serenar su alma y a comprenderse mejor.

Una tarde, mientras estaba sentado en la playa y observaba al atardecer, recibió una llamada de Camelia.

—Hola, Mel. ¿Cómo estás? —saludó.

—Bien, un poco preocupada porque van varios días sin saber de ustedes...

—¿De quienes? —preguntó confuso.

—De ti y Paloma. ¿En qué andan?

—Paloma regresó a España hace dos semanas, Mel, pensé que lo sabías.

—¿Qué? ¿Lo dices en serio? —inquirió con sorpresa.

—Sí, dijo que tenía que regresar a trabajar y que había feria de libros y no sé qué.

—Justo por eso me parecía extraño que no regresara, había visto publicidades y demás y ella suele ir siempre.

—Pues estará por ahí.

Cuando las mariposas migranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora