Paloma despertó cubierta por una manta y él ya no estaba a su lado. Le dolía el cuello por la manera en que había dormido y se preocupó porque él también habría estado incómodo. Fue hasta la mesa y halló el café preparado al igual que cada día, solo que, en esa ocasión, había un papelito con su letra al lado.
«Las palomas tienen la capacidad de volar hacia arriba en dirección recta, no todas las aves pueden hacerlo... Tú tienes que volar, siempre hacia arriba, siempre en dirección recta...».
Sonrió y se sirvió un poco del café con los panecillos que él le había dejado. Eran cerca de las nueve de la mañana, el día estaba soleado, pero no tenía ganas de ir a la playa, se sentía pesada y abrumada, prefería quedarse a leer o dormir un poco más.
Fue a su habitación, revisó su teléfono y tenía mensajes de su padre y de Camelia.
«Paloma. ¿Cómo estás? ¿La estás pasando bien?».
«¿Qué tal se está portando Ian contigo, Paloma?».
Le respondió a su papá que estaba bien y que se estaba divirtiendo y a Mel que Ian era un dulce y que era muy divertido pasar tiempo con él.
Entonces, su mente regresó a la noche anterior, y no tanto a lo sucedido en sí, sino a ella misma y a la manera en que se había comportado luego de aquello. Eran pocas las veces en las que se sentía así, mucho menos las que se mostraba de esa manera frente a alguien: vulnerable, miedosa, pequeña. Odiaba hacerlo pues le recordaba a la niña que fue y eso la hacía sentir pequeña.
Paloma pensaba que Mel era la única que la conocía en ese estado de vulnerabilidad, a ella no podía mentirle, nunca había podido, desde que la vio y supo que era ella, solo quiso arrojarse a sus brazos y dejarse cuidar y amar.
Aquella sensación de carencia la agobiaba, odiaba experimentarla porque la hacía enfrentarse con la parte de ella que más le asustaba, que menos aceptaba.
Fueron pocos años desde la muerte de su madre hasta que su padre logró escapar de la depresión y pudieron recuperar su relación. Después de eso, vivió una vida hermosa, llena de amor en el centro de una familia feliz y de gente que la rodeaba. Pero los años y el sufrimiento no se habían borrado de su interior y de vez en cuando, resurgía como un monstruo oscuro y pegajoso que amenazaba con tragársela de nuevo, como cuando era una niña.
Perder a su madre a tan pequeña edad y vivir un duelo en soledad era demasiado para una niña, y por más que había tenido a su abuela y a su tía, la vida había cambiado de un día para el otro y todo lo que ella creía seguro, ya no lo era. Paloma vivía sobre arenas movedizas en las que constantemente se hundía y sentía que el aire le faltaba. Su madre no estaba, su padre tampoco, la familia tan hermosa que habían constituido se había hundido en el fango de la depresión y la muerte, y ella se encontraba perdida.
De vez en cuando, la Paloma adulta que era, encontraba a aquella niña escondida en un rincón oscuro, con miedo, con tristeza, con mucho dolor. Y no le gustaba, no le agradaba hallarla así, pero no sabía cómo liberarla.
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Cuando las mariposas migran
RomancePaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...