Ian tardó en responder y Paloma perdió su vista en el paisaje, había mucho verde y eso le encantaba, le parecía que alguien había construido una ciudad en medio de una selva. El tráfico era caótico, pero ella pensaba que tanto verde alrededor siempre resultaba un poco relajante, incluso en la fila interminable de un semáforo.
Ian jugueteaba con sus dedos en el volante mientras sopesaba la idea de abrirse un poco a aquella muchacha de cabellos claros y puntas azuladas cuyas piernas reposaban sobre la guantera de manera desenfadada. Era extraño, pero le generaba confianza. En un principio pensó que quizás estar solo con Paloma podría ser un poco raro, incluso se preguntó de qué hablarían, sin embargo, ella parecía una persona abierta, de esas que nunca pierden oportunidad para hablar de lo que sea.
Y él no era así, por lo que se preguntaba si tenía sentido contarle a aquella muchacha algo que jamás había compartido con nadie, sin embargo, le nacía.
—Nunca he hablado de esto con nadie —mencionó entonces antes de hacerlo, quería saber qué pensaba ella.
—¿Por? —preguntó mirándolo con curiosidad.
—Hay cosas que nos marcan tanto en la vida, que las guardamos muy adentro, como un recuerdo que no queremos volver a revivir, quizá por las mismas emociones que lo impregnaron y que lo hicieron tan profundo en aquel momento...
—Mmmm —tiene sentido—. No tienes que contármelo si no lo deseas —añadió ella y volvió a perder la vista en la ventanilla.
—Eso es lo más raro de todo, que me nace hacerlo y no sé ni por qué.
Paloma no dijo nada y esperó a que él continuara. Ian, sin embargo, se perdió otro rato en sus ideas y no pudo evitar darle vueltas al tema. Quizás era porque, aunque no conocía a la mujer en la que Paloma se había convertido, todavía podía vislumbrar en ella el amor por la vida que siempre había sido su chispa.
Se notaba en cada poro de su piel que era de esas personas que iban de frente ante la vida, que no le temían a nada, que se arrojaban al mundo como si tuvieran la certeza de que este era seguro y no se harían daño. Ian se preguntaba si esa clase de personas sufrían alguna vez, a lo mejor eran personas con un nivel superior de algo que él no conocía y que los hacía capaces de enfrentar realidades sin afectarles lo suficiente, sin dejarle esas marcas que a él le había dejado su propia historia. A lo mejor eran personas más fuertes, a lo mejor más valientes.
Sí, valiente, esa era la palabra.
Y él no lo era, nunca lo había sido. Se había limitado a vivir la vida que tenía que vivir, a hacer lo que se esperaba que hiciera a convertirse en quien debía. Y no estaba seguro de si eso era bueno o malo, no había sido algo horrible, era cómodo y fácil, pero a veces se preguntaba si acaso era suficiente. Si no valdría la pena arriesgarse un poco más.
—Yo tenía diez años... —dijo de pronto en medio de un suspiro—. Supongo que conoces la historia.
—La conozco desde el punto de vista de Camelia, pero cada historia es distinta según quién la cuente, Ian. Cada uno de nosotros vemos las cosas desde distintos lugares y lo vivimos de distintas maneras... para entender algo, debemos ser capaces de mirarlo desde todos los puntos de vistas de las personas involucradas, me gustaría mucho conocer el tuyo —añadió ella dejándolo pensativo y algo asombrado.
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Cuando las mariposas migran
RomancePaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...