🦋 Paseo 🦋

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Cuando llegaron a la casa era oscuro

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Cuando llegaron a la casa era oscuro.

—¿Qué hora es? —inquirió Paloma con la vista puesta en el cielo nocturno.

—Las siete, más o menos. Aquí oscurece muy temprano...

—Ya lo veo... —dijo ella al salir del vehículo.

Ian había estacionado frente a una casa de color blanco que tenía las puertas y las ventanas azul marino. Paloma la miró y no pudo evitar pensar que parecía de un cuento infantil, era igual a las que estaban alrededor, pero cada una era de un color distinto, lo que le daba un aire agradable al sitio. El viento que venía del océano le hacía volar el cabello y ella se quitó la goma que lo sujetaba para dejarlo en libertad. Abrió los brazos y cerró los ojos para dejarse llevar por aquella sensación mientras Ian sacaba su maleta de la cajuela del vehículo y la observaba con diversión.

—¿Vas a volar? —inquirió cuando se acercó a ella.

—Es lo que quisiera —susurró sin abrir los ojos y aspirando con fuerza la mayor cantidad de aire que podía.

Ian la observó allí, su ropa y sus cabellos ondeaban al viento y ella sonreía con los ojos cerrados. Era hermosa, su belleza era delicada, como si se tratara de una muñeca de porcelana, y mirarla con los brazos extendidos y el viento sacudiéndola le dio ganas de experimentar esa sensación también, pero no se animó.

Ella lo miró luego de un rato y le regaló una sonrisa dulce. Ian caminó hasta la casa, abrió la puerta y le mostró la sala y la cocina, luego la llevó hasta la habitación.

—De verdad espero que estés cómoda, si hay algo que no te gusta solo dímelo.

Paloma notó esos nervios que parecían acompañarlo todo el tiempo, como si tuviera miedo de no agradar, de hacer o decir algo equivocado. Luego observó la habitación de lado a lado, había un ventanal con una vista hermosa, cortinas azules caían a ambos lados, a ella le pareció que dormir con esa brisa sería fantástico. Ian la sacó de sus pensamientos explicándole que podía dejar las cosas en el escritorio y que había un par de cajones libres en el armario si quería guardar algo.

—Hay una vecina que me limpia la casa, viene un par de veces a la semana, pero es de confianza, así que no te preocupes por tus cosas —explicó.

Paloma observó la cama y se sentó en ella, se veía cómoda y olía a limpio, colocó sus pies sobre la alfombra y se descalzó.

—Al fin —añadió con diversión moviendo los dedos de sus pies—. ¿Y estas? —preguntó al ver un par de pantuflas que pensó podrían ser de la novia de Ian, la famosa Isabella, a quien Camelia no soportaba.

—Las compré para ti... un detalle sin importancia... —dijo Ian encogiéndose de hombros—. Te dejaré para que te acomodes, el baño está al final del pasillo y la puerta de enfrente es mi habitación. Es difícil perderse en un espacio tan reducido —añadió a toda velocidad mientras evitaba mirarla.

Cuando las mariposas migranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora