Ian se encerró en su cuarto luego de que Paloma le deseara buenas noches e ingresara al suyo. Sus palabras daban vueltas en su cabeza y lo hacían plantearse cosas que ni siquiera había pensado. Él sabía muy bien que ella tenía razón y que su relación con Isabella pendía de un hilo, un hilo que él debía cortar en algún momento, pero que se limitaba a estirar y a estirar mientras intentaba convencerse a sí mismo de que ella cambiaría alguna vez.
¿Por qué lo hacía? Por su gran secreto, su enorme temor, el gran monstruo que se escondía bajo su cama o dentro de su armario desde que era un niño.
Se dio media vuelta sobre sí mismo y abrazó su almohada, fijó la vista en la pared y comprendió que Paloma tenía razón y que era el momento de hablar con Isa y aclarar las cosas, aprovecharía el fin de semana e iría a su casa. Toda la semana había estado bastante distante, casi no le respondía los mensajes ni atendía las llamadas, decía que estaba ocupada, pero él sabía que era solo una estrategia, estaba enfadada por la presencia de Paloma en su casa y le estaba dejando en claro que no iba a ceder con facilidad y que, como siempre, tendría que ser él quien diera el brazo a torcer.
Y él estaba cansado de aquello, de esa vida a medias, de tener miedo y aguantarse todo por no perderla, de sentirse frustrado y mal consigo mismo por no animarse a aceptar y decir las cosas como eran. De perderse a sí mismo por no perderla a ella, o, mejor dicho, lo que ella representaba en su vida. Quería ser más como Paloma, más libre, más directo, más valiente.
En algún momento entre sus cavilaciones se quedó dormido, y de pronto, estaba en un sitio muy frío. La lluvia caía con intensidad sobre él y le congelaba el cuerpo. Había un silencio ensordecedor y él no podía abrir los ojos, lo intentaba, pero nada de su cuerpo le respondía. Sentía que temblaba, como una hoja al viento, era un movimiento que no podía controlar por más que procurara, su cuerpo se sacudía en espasmos que no sabía si eran de frío o de miedo. Sus dientes castañeteaban y el pecho le ardía en una sensación de malestar que lo llenaba todo. Quería levantarse y huir, quería salir de aquel estado, pero no podía.
Comenzó a gritar pidiendo ayuda, necesitaba a su mamá, pero nadie le respondía.
—Tranquilo, Ian, despierta... —Una voz femenina lo llamaba—. Es solo una pesadilla.
Ian abrió los ojos y la vio, Paloma estaba sentada sobre su cama, enfundada en su pijama rosa de unicornios y lo miraba asustada.
—¿Estás bien? —preguntó.
Él asintió.
—Estabas gritando y llamabas a tu mamá —susurró la muchacha—, me asusté mucho. Estabas teniendo una pesadilla.
Ian volvió a asentir.
—¿Quieres un vaso de agua? —preguntó la muchacha—. No, mejor, te traeré un vaso de leche —Ian sonrió—. Mel dice que...
—Espanta a los monstruos que se cuelan en los sueños —completó él. Ella sonrió y fue a la cocina en busca de aquello.
Cuando regresó, Ian se sentía confundido, hacía muchos años que no tenía esa pesadilla.
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Cuando las mariposas migran
RomancePaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...