🦋 Almuerzo 🦋

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Llegaron a lo de Alma que los recibió con emoción y los guio al jardín, en donde se sentaron en una mesa que la mujer había preparado bajo su enredadera de flores. El día estaba precioso y el patio era amplio, Mateo había ido a jugar a la pelota mientras ellos conversaban.

Alma les ofreció bebidas y aperitivos.

—Paloma vino temprano, trajo un libro de tu casa y estuvimos cocinando juntas —comentó a Camelia.

—¿Qué? —inquirió Camelia desorientada—. Dijo que iba a trabajar.

—Sí, ahora fue a una reunión o algo así, pero llegó temprano y cocinamos un postre de crema de frutas, dijo que Ian le había dicho que era su favorito. Creo que es una receta de tu madre, porque trajo ese libro que tú guardas en tu cocina...

A Camelia le pareció extraño, pero asintió confusa.

—Estará por llegar —agregó Alma mirando su reloj—. El postre nos ha quedado genial, espero que te guste, Ian.

El chico sonrió, sentía un calor en el pecho que era incapaz de explicar. No podía creer que Paloma recordara aquello.

—Iré un rato al baño —se excusó Ferrán y se levantó.

—Está raro —comentó Camelia—. ¿Qué sucedió en la habitación?

—Nada... me preguntó por el chico de Paloma... —quiso decir más, pero no sabía qué o cómo y sintió como si la lengua se le entumeciera en el acto.

—Debe estar preocupado —comentó Alma—, todos protegemos demasiado a Palomita —añadió—, deberíamos confiar más en ella, estoy segura de que ha elegido a una buena persona.

Ian suspiró bajo el escrutinio de Camelia que notaba cierta tensión entre él y su marido.

De pronto, la muchacha apareció en el umbral de la puerta que daba de la sala al patio.

—¡Paloma! —exclamó su abuela que al verla fue directo a abrazarla.

—¡Abuela! —Fue lo primero que le dijo.

—El postre quedó magnífico —añadió la mujer con orgullo.

—Y espero que haya quedado delicioso... —respondió volviendo a abrazarla.

Entonces lo vio, estaba sentado en el jardín con Camelia, los dos la miraban con atención. Su corazón se alteró, las mariposas aletearon furiosas reclamando lo que les pertenecía y ella sintió que las piernas se le aflojaban. A la distancia, le regaló una sonrisa que le salió del alma y él se la respondió.

—Ven, te estábamos esperando —dijo Alma guiándola hasta la mesa.

—¿Vendrá la tía Naomi? —quiso saber.

—No... ha tenido que viajar este fin de semana, ya sabes... ese trabajo que la absorbe —se quejó la mujer.

—Hola... —saludó Ian apenas la vio llegar a la mesa y se puso de pie con torpeza.

Cuando las mariposas migranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora