Paloma se enamoró de aquel pueblo con solo llegar. Tuvieron que estacionar en un sitio destinado a ello y caminaron por la calle principal que era solo peatonal, hasta llegar al hostal, donde preguntaron si había alguna habitación libre.
Por suerte, la consiguieron, y también pudieron cambiar la reserva de dos habitaciones por una matrimonial. La muchacha que los atendió les dijo que estaban con suerte, pues normalmente estaba todo ocupado.
—¿Quieres recorrer la ciudad? —inquirió Ian una vez que ingresaron al cuarto. Paloma se sentó en la cama y él se acercó a mirar la vista por la ventana.
—¿Tú crees que quiero recorrer la ciudad? —preguntó Paloma. Él se echó a reír—. Podemos recorrerla más tarde, ¿no? La ciudad no va a ir a ninguna parte...
—Sí... ¿Nos encargamos de las mariposas entonces? —inquirió acercándose a ella que estaba sentada sobre la cama.
Ian la observó, se veía nerviosa y a la vez no perdía ese porte de retadora, tenía las piernas cruzadas y los brazos tensos sujetando el peso de su espalda sobre la cama. Se preguntó si aquello era correcto, pero decidió que no quería pensarlo más, la deseaba y ella a él también.
Se acercó y ella descruzó sus piernas para dejarle entrar en medio, él quedó de pie frente a ella, que levantó la mirada para unirla a la suya.
Ian tomo la base de su blusa y ella levantó los brazos para que se la quitara, luego se quitó su camisa y se quedó solo con los jeans. Entonces fue ella la que bajó la mirada al cinturón que le había quedado en frente y lo desabrochó, después desprendió con lentitud el botón del pantalón y bajó la cremallera. Él sonrió al verla hacer, le gustaba la manera en la que lo tocaba y lo descubría, estaba excitado, y ella lo notó de inmediato.
—Vaya... —dijo y no esperó para acariciarlo sobre la ropa interior.
—Por Dios, Paloma —susurró él y dio un paso atrás.
—¿Qué? —preguntó la muchacha y se dejó caer en la cama no sin antes deshacerse del brasier.
—Eres perfecta —susurró él que se había terminado de sacar los pantalones y ahora se recostaba sobre ella.
Entonces, Ian gateó hasta su abdomen y se acercó para dejarle besos dulces y mojados.
—Dios... —susurró ella estremeciéndose.
—¿Aquí es que viven esas mariposas que tanto te molestan? —preguntó con su aliento sobre su piel previamente húmeda por sus besos.
—Ajá —Paloma se movía inquieta bajo el peso de su cuerpo.
—Son mis amigas... —murmuró y mordisqueó su abdomen, ella se retorció.
—Creo que algunas se han mudado...
—¿A dónde? —quiso saber él y levantó la cabeza para mirarla—. ¿Aquí? —inquirió y subió su mano por el centro de su abdomen hasta llegar al centro de su pecho, ella asintió—. ¿Aquí? —preguntó dejando que sus dedos dibujen el contorno donde iniciaban sus senos, ella cerró los ojos sintiendo que estallaba por dentro—. ¿O aquí? —preguntó mientras con la mano derecha encerraba uno de sus pechos y se llevaba el otro a la boca.
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Cuando las mariposas migran
RomancePaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...