Paloma lo vio esperándola en el aeropuerto con la mano derecha en el bolsillo y la izquierda sujetando un cartelito blanco con la palabra «Pajarito» escrita en ella con tinta fucsia de resaltador. Tenía la misma mirada dulce de Camelia, pero él tenía los ojos claros mientras que ella los tenía oscuros. La escena le resultó tierna y caminó hacia él. Cuando la vio, sus labios se curvaron ligeramente en una sonrisa de reconocimiento. Ella levantó su mano para saludarlo y agilizó sus pasos hacia él. De la última vez que se habían visto en vivo y en directo ya habían pasado cuatro años, luego no habían coincidido en reuniones familiares ni cumpleaños, de hecho, parecían cruzarse siempre, cuando él iba, ella no; o cuando ella llegaba, él acababa de partir.
Al acercarse más, Paloma no pudo evitar pensar en que se veía muy guapo. Nunca se había fijado en él de esa manera, probablemente porque en la época en la que interactuaron un poco más, ella andaba siempre en dramas adolescentes y él ya era un chico independiente cuya vida le parecía aburrida y lejana. Y es que, aunque no los separaran demasiados años, en esas épocas se notaban demasiado. De todas maneras, Paloma pensó que sin duda coquetearía con él si lo conociera en una fiesta, cualquier noche de juerga, pero era el hermano de Camelia y eso lo hacía algo casi incestuoso, por lo que alejó esos pensamientos de su mente y se acercó con velocidad para saludarlo.
—¡Pajarito! —Fue él quien habló primero y se apresuró a tomar la maleta roja que ella llevaba en sus manos. Paloma, por su parte, se colgó de su cuello como si volviera a tener doce años y le abrazó como si fuera lo más normal del mundo, un poco porque esa era su manera de ser: abierta y espontánea, y otro poco porque en su interior trataba de convencerse de que tenía que verlo como un tío o un primo, no como el hombre guapo en el que de pronto se había convertido.
—Ian, ¿cómo has estado? —saludó aunque él se notaba confundido por su arrebato de confianza. Y es que en eso Ian era un poco parecido a Camelia y esos gestos de cariño le resultaban incómodos.
—Bien, bien... Y el sol te sienta bien —dijo él y la miró de arriba abajo sin disimular el asombro de encontrar a la pequeña Paloma convertida en una mujer demasiado atractiva.
Ella sabía que aquel comentario lo decía por las conversaciones en el grupo en la que las chicas habían mencionado lo mucho que deseaba que le tomara un color moreno y parejo, pero como era tan blanca, casi traslúcida, como había bromeado Camelia, aquello parecía una misión imposible. De todas formas, la manera en que la miró y el brillo de sus ojos, le dieron a la muchacha una pauta de que a Ian le gustaba lo que veía.
Y como a ella le encantaba provocar, se giró sobre sí misma para que pudiera admirarla con ganas y luego enarcó una de las cejas y colocó los brazos en jarra a la espera de su veredicto. Él no dijo nada, solo logró sonrojarse un poco ya que había sido descubierto, lo que fue suficiente para ella.
Le dio un golpe divertido en el hombro y le guiñó un ojo para que el momento no resultara incómodo.
—Tranquilo, no muerdo. Como verás, he crecido y me han salido tetas —añadió divertida mientras se las apretaba con las manos.
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Cuando las mariposas migran
RomancePaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...