Ian estaba en su habitación cuando Paloma ingresó, estaba cubierto con una manta de lana y dormía. A Paloma le pareció extraño que con el clima que hacía él se hubiera tapado, por lo que se acercó y pegó su mano a la frente para notar lo que había temido. Ian volaba de fiebre.
—Ian, despierta —dijo moviéndolo un poco—. Estás con mucha temperatura —añadió—. ¿Te sientes bien?
Ian despertó y abrió los ojos con lentitud, los tenía rojos y le dolía mucho la cabeza.
—No, me dolía mucho el cuerpo y la cabeza, por eso vine a recostarme.
—Pero tienes fiebre. ¿Tienes termómetro? —preguntó.
—Sí... en el cajón.
Paloma abrió el primer cajón que él señaló y encontró un montón de cosas desordenadas, pastillas, pomadas para los golpes, gasa y banditas, condones y agendas con el logo de la fundación para la que Ian trabajaba. Movió un poco todo aquello y se encontró con un termómetro digital que sacó y encendió.
—Póntelo en la axila —dijo y lo ayudó a hacerlo. Ian se movía con dificultad como si el cuerpo le pesara.
—Tengo frío —susurró.
Paloma no dijo nada mientras esperó que el aparato marcara la temperatura. 39°C.
—Ian, escúchame, estás con fiebre... Voy a prepararte un baño tibio y luego irás a meterte allí por unos minutos.
—Mmm —musitó él y volvió a cerrar los ojos.
Paloma fue entonces al baño y llenó la tina que casi nunca usaban con agua tibia. No sabía mucho de cuidar enfermos más que lo que había aprendido con Mel, el agua no debía ser ni muy fría ni muy caliente y tenía que quedarse allí al menos unos veinte minutos. Se preguntó si eso sería igual para los adultos que para los niños, porque era lo que Mel hacía cuando Mateo se enfermaba.
Cuando el agua estuvo lista, fue a buscarlo. Ian se levantó de la cama y se enrolló con la manta como si fuera una capa, estaba vestido solo con un bóxer negro y un par de medias del mismo color.
—No me dejes —pidió cuando lo acompañó al baño—. No me gusta estar enfermo...
—A nadie le gusta —respondió ella con diversión—. Métete al agua, pero déjame quitarte las medias —añadió.
Le sacó las medias y lo ayudó a meterse, Ian se quejó porque según él estaba helada, pero un rato después logró relajarse.
Paloma le colocó una toalla en el borde donde le quedaba la cabeza para que él se recostara, luego, tomó una jarrita que siempre andaba por allí y cargó agua en ella para derramársela por el cuello y la frente con suavidad.
—¿Sigues sintiendo frío? —preguntó.
—No... estoy mejor.
—¿No deberíamos ir a alguna clínica? ¿Tienes algún seguro médico?
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Cuando las mariposas migran
RomancePaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...