Ian no podía dormir, daba vueltas en la cama y sentía la piel hirviendo. No era fiebre y él lo sabía, era otra clase de calor, uno que nada tenía que ver con enfermedad. Cerraba los ojos y solo alcanzaba a verla chapotear en el agua con su bikini ondeando al viento, estaba loca y a él le encantaba esa locura tan diferente y excitante, tan maravillosa. Y sabía que no solo se trataba del momento que habían vivido, sino de todo lo que veía en ella, de la profundidad de su mirada, la sapiencia de sus palabras y esa libertad que le contagiaba la locura.
Paloma era como las aves que tanto le gustaba investigar, enormes, llenas de colores, tan imponentes cuando surcan los cielos que uno no puede más que maravillarse de su belleza natural, de su magnificencia.
Pero no era bueno, no estaba bien que se sintiera de esa manera con respecto a Paloma, no podía. Tenía que remover esa hazaña de su mente, tenía que bloquear las emociones que le despertaba porque ella era la hija del corazón de su hermana mayor. Era increíble que alguien a quien había conocido desde hacía tanto tiempo de pronto se transformara así ante sus ojos, en una mujer tan maravillosa que casi no podía ignorar. Pero no era posible, no para él. Ian pensaba que, si hubiesen sido contemporáneos, se habrían criado como hermanastros, aunque no los uniera vínculo alguno de sangre.
«¿Cómo demonios me dejé llevar así?». Pensó para sí mismo llevándose las manos a la cabeza.
Sus pensamientos volvieron a la noche y lo único que pudo hacer fue revivirlo todo una y otra vez mientras su cuerpo volvía a reaccionar a los recuerdos.
Sin poder controlarse más, salió de la habitación en busca de un poco de agua, eran casi las tres de la mañana y no había manera de que volviera a dormirse. Caminó en silencio en la oscuridad del pasillo y fue hasta el refrigerador. Se sirvió un vaso con agua helada y se recostó por el mostrador, mientras intentaba poner la mente en blanco y dejar de pensar en la locura de aquella noche, en el poco tiempo que llevaban juntos y en todo lo que ella significaba.
—No te compliques demasiado —dijo Paloma desde el sofá. Él no la había visto.
—Me asustaste —se quejó—. ¿Qué haces aquí?
—Tampoco podía dormir —añadió y se sentó para mirarlo.
—Entonces, ¿por qué dices que no me complique si tú lo estás haciendo?
—No es buena idea, me he equivocado —admitió—, deberías hacer locuras de esa clase, pero no conmigo... No le podemos hacer esto a Mel —añadió.
—No, no podemos —asintió él y un peso oscuro se posó en su pecho.
Ella no dijo nada, solo volvió a recostarse.
—¿Estás bien? —preguntó Ian, pero ella no respondió—. ¿Pajarito?
—No me gusta ser así —admitió en voz tenue. Sirvió otro vaso de agua y fue hasta ella, se sentó en el sofá a su lado y ella colocó sus pies sobre su regazo mientras se cubría el rostro con los brazos. Ian dejó el vaso en la mesa de centro y la acarició con delicadeza en las plantas de sus pies.
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Cuando las mariposas migran
RomancePaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...