Ian llegó a la casa y dejó sus cosas en el cuarto.
—Huele a naranjas —murmuró.
—Idea de Paloma —dijo Camelia y él sonrió.
—¿Dónde está? —quiso saber intentando no ser tan obvio.
—No lo sé, dijo que tenía que salir, pero que iría a lo de Alma para el almuerzo. Te dejo para que te prepares y descanses un rato antes de que vayamos para allá —comento Camelia y salió del cuarto al escuchar que Mateo estaba golpeando algo.
—Está tremendo —murmuró Ian y miró a Ferrán que sonreía desde el marco de la puerta con la mirada hacia la sala, desde donde provenía el sonido.
—Sí, es un pequeño torbellino —añadió—. ¿Cómo has estado, Ian? ¿Todo bien por allá? —preguntó.
—Todo bien, Ferrán. ¿Ustedes?
—También... Quería preguntarte algo...
—Dime...
—Sé que puede sonarte un poco intrusivo, pero estoy preocupado por el famoso chico que revolucionó el mundo de Paloma. Camelia me dijo que era tu amigo, solo quiero saber si es una buena persona o si tengo que preocuparme...
Ian dejó sus cosas en la mesa de luz y se sentó en la cama para mirar al padre de la chica de la cual estaba enamorado. Por primera vez no lo vio como el marido de su hermana, sino como el padre de Paloma, y algo le vibró en el pecho. Ferrán se veía imponente y ellos habían hablado mucho de la reacción que podría tener Mel, pero nunca de él.
—Yo... bueno... Lo único que puedo decirte es que tiene buenas intenciones, Ferrán...
—Yo sé que ella es como una hermana menor para ti, supongo que tú pudiste asegurarte de que esa persona no quisiera solo... bueno, no lo sé, a lo mejor soy un poco antiguo... Tú sabes que no he tenido más experiencia que con Abril y luego de muchos años con Camelia... No sé cómo se manejan los jóvenes de hoy, aunque sí sé que todo es más rápido y que Paloma no es una niña, no creas que soy tonto... solo soy... un padre preocupado... —Ferrán hablaba rápido y sonaba entre nervioso y preocupado, a Ian le pareció dulce.
—Y yo lo comprendo, Ferrán... de verdad que sí... —asintió a modo de tranquilizarlo.
—Quiero lo mejor para ella y esto ha... movido todo su mundo... Ha cambiado mucho, lleva en terapia varios meses.
—¿Terapia? —inquirió con curiosidad.
—Sí... —Ferrán ingresó a la habitación y se sentó en el sillón al lado de la cama—. Creo que Camelia no te ha dicho nada porque Paloma no quería que lo supieras, supongo que no quería que se lo dijeras a tu amigo... Vino aquí muy... confundida... asustada. Hay heridas que tardan mucho en sanar, Ian, puede que la gente desde fuera no lo comprenda o le parezca una tontería, pero cuando algo te marca de una manera tan profunda, si no lo solucionas primero, no puedes estar listo para avanzar. Lo sé porque me pasó...
—Lo sé, lo comprendo... —asintió él.
—Paloma necesitaba tratar esas heridas para poder seguir. Le ha hecho bien, está feliz... y supongo que en algún momento cuando se sienta lista tomará acción. Y ahí es donde yo temo, porque el tiempo ha pasado y no tengo idea si cuando lo haga ese chico aún estará allí. Ya lo sé, no tienes que decírmelo —dijo cuando Ian estuvo a punto de hablar—, no puedo impedir que le lastimen o le rompan el corazón, pero es mi niña... aunque ya no lo sea... para mí siempre lo será...
Ian sonrió con dulzura y comprendió a Ferrán, aunque indudablemente, también se asustó. En ese momento, Mateo entró corriendo a la habitación, traía en sus brazos la tortuga de Paloma y se escondió bajo la cama. Ferrán se echó a reír.
—¿Esa es Manuelita? —preguntó Ian.
—Sí, es la tortuga de Paloma... cada vez que se la escondo se pone como loca —explicó el niño.
—Mateo, anda a dejarla en su cama —ordenó su padre.
—¡Qué aburridos son todos! —exclamó el niño y salió de la habitación a regañadientes.
Ian sonrió.
—Le regalé a Paloma esa tortuga cuando fuimos a visitar el Proyecto Tamar, es un proyecto de protección a las tortugas marinas —explicó a Ferrán.
Y entonces, Ferrán unió las fichas en su mente y por fin lo comprendió todo.
—¿Qué? —preguntó el muchacho cuando lo vio mirarlo tan fijamente que pensó que le atravesaría con los ojos.
—¿Tú se la regalaste? —preguntó.
—Sí... ya sabes, en esos sitios hay tiendas que...
—Ella me dijo que se la regaló el chico del que se enamoró —interrumpió.
Ian cerró los ojos y se llevó una mano a la cabeza, se puso pálido, la sangre se le fue del cuerpo y las manos comenzaron a sudarle.
—Yo... eh... Ferrán...
—¿Eres tú? ¿Ian? ¿Es en serio? —preguntó el hombre.
Y el muchacho suspiró, no podía negarlo, no tenía sentido.
—No sé cómo pasó, de verdad. Sé que puede parecerte una locura, sé que... Dios... se lo queríamos decir a ambos, teníamos miedo... pero lo íbamos a hacer, Ferrán. Lo juro... y luego sucedió todo eso y ella entró en pánico y se marchó y...
—¡Chicos! —apareció Camelia en la habitación—. ¿Qué tal si nos vamos? Alma ya llamó y saben cómo se pone si no llegamos a tiempo.
Ian miró a Ferran que lo veía con una expresión indescifrable, pero asintió y salió de la habitación.
—¿Qué le pasa? —preguntó Camelia a su hermano.
—Nada, Mel, luego te explico —dijo y salió tras de él.
Durante el camino,Ferrán se mantuvo callado mientras Camelia le llenaba de preguntas a Ian o lecontaba anécdotas de Mateo, que también interrumpía de vez en cuando paracomentar algo. Ian se sentía incómodo, tendría que hablar con Paloma yexplicarle lo que había sucedido, decidieran lo que decidieran, deberíanenfrentar a Ferrán.
Chan...
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Cuando las mariposas migran
RomancePaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...