Paloma leyó la carta unas treinta veces casi hasta memorizarla, su corazón rebozaba de felicidad al tener ese contacto con su madre que tanto había anhelado. Saber que no la había olvidado, sentir que su amor era tangible en esas letras, comprender que incluso a pesar de los años y de toda la vida vivida, esas palabras se sentían tan perfectas en ese momento, tan únicas y tan para ella, que casi podía sentir a Abril abrazándola, mirándola a los ojos.
Leer a su madre fue como si le inyectaran amor en las venas, como si fuera un super héroe como los de las películas cuando se transforman y crecen, rompiendo la ropa que traen puesta para que todo su cuerpo se vista con el uniforme que usa cuando sale a salvar el mundo. Las palabras de Abril habían logrado deshacer sus cadenas, borrar esa especie de frontera que siempre la alejaba, disipar sus miedos.
Estaba cerca, su madre era tangible incluso en su ausencia. Y la amaba, la amaba a ella, a su pequeña niña, su razón de vivir.
Salió de su cuarto con las lágrimas en los ojos y corrió a buscar a Camelia y a Ferrán. Encontró a su padre concentrado en algo en su computadora, pero al verla así, se acercó a ella y la abrazó.
—Gracias, por todo, por tanto... gracias por haberme dado esta carta, papá.
—No tienes que agradecerme, era el deseo de tu madre y Camelia consideró que este era el momento indicado.
—Los amo, mucho, a todos, papá —susurró ella abrazándolo.
Esa tarde, salió a caminar por la ciudad, necesitaba estar sola y pensar, ordenar sus ideas y planificar lo que le diría a Ian cuando lo viera. Sabía que tenían que hablar y ella quería contarle todo lo que había vivido esos meses y todo lo que había aprendido de sí misma y del amor.
Quería decirle que lo amaba y que estaba dispuesta a intentarlo a su lado, que no había nadie más en el mundo con el que se imaginara, que al fin podía ver un futuro en el que ambos podrían construir algo bueno.
Quería pedirle perdón por haber sido tan inmadura, por no haber estado a la altura de sus expectativas, por haberlo dejado solo, sabiendo que ese era el mayor de sus temores, por haberle roto el corazón.
Planificó la conversación como si se tratase de la novela que escribía, imaginando diálogos según lo que ella quería decir y lo que más o menos esperaba que él respondiese; pero también se preparó para lo peor, por si se diera el caso de que él ya no quisiera nada con ella, por si él estuviera con otra o simplemente se hubiese cansado de esperarla.
Aquella idea le congeló el alma.
Sentía la adrenalina que solía experimentar antes de cada viaje, esa incerteza sobre el futuro y a la vez las ganas de conocer algo nuevo, de ser una nueva persona en un nuevo sitio. Esta vez no se trataba de un viaje a algún punto de la tierra, sino un viaje hacia el amor que estaba lista para dar y también para recibir.
Le había gustado lo que había probado ese tiempo que estuvieron juntos, le agradaba estar a su lado cada mañana, compartir juntos el día a día, ver una película, dormir en sus brazos o hacer el amor hasta que se le agotara el cuerpo y el alma. Le gustaba escucharlo hablar de aves y mirarlo cuando veía documentales aburridos sobre animales. Le encantaba la manera en que la veía, las caricias que le hacía en sus pies cuando ella se sentía agotada, los desayunos y las cenas, las caminatas por la playa, los atardeceres, los amaneceres. Todas las cosas que aún le quedaba por conocer, por recorrer, por aprender.
El camino. Como había dicho Abril en su carta. Y quería caminarlo con él, hacer ese viaje a su lado, ser esa persona que él le despertaba ser.
Regresó a su casa y pasó el resto de la tarde con su familia organizando la llegada de Ian, iba a dormir en el cuarto de huéspedes y ayudó a Mel a limpiarlo.
—¿Tienes esas bolsitas que colocas entre las ropas para aromatizarlas? —inquirió—. A Ian le gustan las de naranja, le recuerda a su casa... a ti, a su madre —comentó.
—Las tengo, sí —dijo Mel mirándola con curiosidad.
—Pues deberías ponerle algunas a la cama para que cuando se acueste el aroma lo arrope... le gusta. Ian es muy olfativo, los recuerdos se le guardan por los aromas —añadió.
Camelia sonrió.
—Creo que lo has conocido bien en el tiempo que has estado por allá...
Paloma sonrió y se encogió de hombros.
—Solo quiero que esté cómodo, no sabes todo lo que hizo por mí allá para que me sintiera en casa...
—Lo imagino, Ian es así... siempre ha tenido un corazón inmenso que piensa más en los otros que en sí mismo.
—Tiene por quien salir —dijo Paloma abrazando a Mel—. Te amo, ¿lo sabes?
—Y yo a ti.
Estamos llegando al final de esta historia... Nos quedan 4 capítulos y el epílogo. Prepárense para el siguiente porque es divertido jajaja
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Cuando las mariposas migran
RomancePaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...