Capítulo Treinta y Uno: Soy Azhar Beckett

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Capítulo treinta y uno: Soy Azhar Beckett

Azhar.


Un quejido resuena en el lugar y no tardo en darme cuenta de que se trata de mí.

Me duele el cuerpo, se siente cómo si tuviese quemaduras.

No soy capaz de sentir mis brazos, al menos no en un principio, pero a medida que los minutos transcurren me doy cuenta de que están suspendidos, de que cuelgo sobre ellos.

Quiero abrir los ojos, pero no puedo y eso hace que el corazón se me aceleré y todo empeora cuando me doy cuenta de que mi piel se siente desnuda, de que es posible que no traiga ropa.

Abro la boca para hablar, pero está tan seca, me siento débil e indefensa, pero también muy molesta porque esto se parece mucho a mi niñez y adolescencia, esto se parece mucho a lo que mis padres me hacían.

—Nunca escaparás, siempre ayudarás a la ciencia, es para todo lo que sirves —dice la voz de mamá detrás de mí o al menos la simulación de su espíritu que no me deja en paz.

—Vete —consigo decir con voz enronquecida y adolorida—. Vete. ¡Vete! —grito lastimándome las cuerdas vocales—. Ojalá pudiera matarte de nuevo, maldita basura.

Estoy tan cansada de ella, de su maldito espíritu detrás de mí ¿No me quitó lo suficiente? Mi único arrepentimiento ha sido no haber acabado con ella mucho antes o darle durante días un pequeño porcentaje de lo que ella me hizo a mí.

—¿Qué haremos contigo? —dice una voz masculina desconocida desde algún lugar y me tenso.

De alguna manera mi cuerpo entra en modo supervivencia e intenta enderezarse, luchar contra los agarres que me suspende de las muñecas, pero es inútil.

—No obedeces, actúas cómo quieres ¿Nunca serás perfecta? —prosigue.

Todo lo que escucho es mi respiración agitada, pero entonces siseo de dolor cuando me tiran del cabello desde atrás para inclinar mi cabeza.

—¿Cómo te las arreglas para no doblegarte? Cede, mientras más rápido lo hagas, más rápido serás libre ¿No es eso lo que quieres? Eres una herramienta espectacular cuando haces sangrar a otros, pero siempre es cuando quieres y así no funciona. Tal vez necesites un incentivo.

No hablo y sé que no puedo hacer nada para sacarme de esta situación.

Una parte de mí comienza a entender que nunca he sido libre, que posiblemente durante años he seguido siendo un juguete de diferentes dueños y eso explicaría tantas cosas, es solo que aceptarlo me duele mucho más de lo que pensé.

No, no es dolor. Me doy cuenta de que en realidad es rabia.

Es una ira ciega que me hace desear quemar y destruir todo a mi paso. Que me hace querer que todos sangren.

Todo lo que quería era continuar, tener la vida que mis padres me arrebataron, ser libre, ser alguien y solo soy esta fiestera que se droga, tiene sexo con muchos, solitaria y olvidable a la que aun controlan, a la que torturan, quién sabe cómo usan y posiblemente hago mucho daño.

Tanto daño.

Soy una herramienta.

No, no, soy una persona, tengo que repetírmelo una y otra vez.

—No soy una herramienta, soy una persona —consigo susurrar.

—¿Qué dices, número dos?

—Me llamo Azhar —mascullo.

El Rostro de una MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora