Capítulo Treinta y Seis: La fiesta del pecado

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Capítulo treinta y seis: La fiesta del pecado


Azhar

Siento su mirada sobre mí mientras termino de abrocharme el sujetador de manera frontal. Su mirada es una acaricia para mi vanidad y ego porque no importa cuando obtenga de mi cuerpo, él siempre quiere más y siendo honesta, cada follada se vuelve mejor porque su desesperación lo lleva a ser más descontrolado en el sexo.

Le devuelvo la mirada captando tantas emociones confusas en sus ojos que en este momento no quiero descifrar, por lo que termino por sonreírle, apreciando la manera en la que le queda la camisa básica blanca en contraste con su piel morena y musculosa.

Me encanta follarlo cuando trae uno de sus trajes caros, pero creo que me gusta más cuando viste despreocupadamente con ropa básica o cuando viste para hacer surf.

Sin embargo, no me gusta que su mirada parezca una puerta a su alma, a una buena. A veces intento atraparlo siendo muy malo, pero es posiblemente la mejor persona que he conocido alguna vez. Evidentemente tiene descaro y un toque de malicia, pero nada grave o intrigante. Es tan bueno que a veces se siente mal que yo sea su parte mala, sin embargo, lo peor es que no lo vea, porque sus ojos han comenzado a brillar y me doy cuenta de que me mira de una manera que no merezco.

El problema con Leonid es que ha estado jugando con fuego y se ha quemado, pero le cuesta admitirlo y aunque le encanta, sus dilemas morales le dan un mal rato hasta que quiere hacerlo otra vez o francamente también cuando me escribe o llamar por teléfono.

Leonid Walsh me encanta no lo hace solo de manera física. Me encanta que se interese porque le dé información de mí incluso si no le doy demasiado, me encantan sus llamadas por teléfono y la desesperación que siempre parece sentir por tocarme o tenerme cuando estamos en un mismo lugar. Se me pone cálido el pecho cuando lo veo o pienso en él porque tengo sentimientos por él, no de amor, pero sí me importa y supongo que de alguna manera extraña lo quiero, lo que me resulta raro porque no suelo sentir algo más que placer y química cuando follo.

Sin embargo, tras haber follado durante casi un mes con tanta frecuencia, conversar y escucharlo sobre su día a día, me doy cuenta de que ahora me mira a más profundidad y temo por él, porque sé que juntos no podemos estar, porque de alguna manera lo quiero, pero no lo amo o amaré y porque soy peligrosa. Lo estoy enfermando con todas sus emociones y genuinamente siento una pizca de culpa por ponerle el mundo al revés.

Termino por ponerme la camisa metiéndola dentro del jean ajustado, arqueando una ceja cuando me pide que me acerque a él que ahora se encuentra de pie, pero lo hago y no puedo evitar plantarle un beso en el borde la mandíbula, sintiendo la raspadura de su barba creciente contra mis labios.

—Me vuelves loco y eso me preocupa —confiesa, acariciándome con una mano el cabello y con la otra tomándome la cadera.

—Haces bien en preocuparte —concuerdo deslizando mis manos por sus costados—, pero puedes tener el control de ti mismo, sobre lo que sientes.

—No funciona así —Me planta un beso suave en los labios.

Nuestras miradas conectan y durante unos pocos segundos me permito fantasear sobre un futuro idílico en donde Marissa es pasado, yo soy diferente y no me persiguen, uno en donde existan las citas, mimos, recuerdos hermosos y una complicidad mientras susurros se emiten llenos de amor y promesas. Y me encanta esa fantasía, se me revuelve el estómago por no tener la oportunidad de volverla una realidad.

Me lleno de envidia de que otros puedan tener esa vida y me resiento con Marissa, incluso si está enferma, por no vivir con Leonid el romance que yo solo puedo fantasear.

El Rostro de una MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora