Capítulo Treinta y Tres: Hola ¿...?

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Capítulo treinta y tres: Hola ¿...?

Shaina.


Mis ojos se abren y tengo un grito atascado en mi garganta, sin embargo, como si mi subconsciente me protegiera no lo dejo escapar.

Mi corazón late de prisa y aunque mis ojos se encuentran clavados en el techo de la habitación de mi infancia, mi cerebro me bombardea con las imágenes de la pesadilla.

Soñé con una niña llamada Odette y esta niña era igual a la versión de mí que siempre me aparece, pero era más pequeña, tal vez de siete años.

Tenía las manchas de sangre en su vestido, pero esta vez supe por qué.

La sangre no era suya, la sangre que la salpicaba la vi salir del cuerpo inerte al que seguía destrozando, no pude ver el rostro, solo sangre y la expresión vacía en la cara de la niña. La imagen había cambiado para darle paso a la niña un poco más grande ¿Tal vez once u doce años? Y ella estaba atada a una camilla boca abajo y aunque sentía dolor en su espalda con pinchazos en su piel, nunca se quejó, nunca gritó, parecía resignada mientras se esforzaba en pensar en alguien a quien le obligaron a olvidar.

Y esa niña soy yo.

Una niña con un pasado borrado, criada bajo el yugo de una familia controladora y que ahora vive con el conocimiento de que su madre no lo es biológicamente y que nuevamente de alguna manera consiguió drogarla.

Me parece triste que ya no haya sorpresa, que me sienta familiarizada con la molestia. Lo que sí me desconcierta es la sensación de perdida de control, como si mis emociones fueran demasiado para mi cuerpo y me abrumara.

Llevo demasiado sin tomar mis antidepresivos y todas esas píldoras que mi psiquiatra me suministraba y de alguna manera es como despertar, como redescubrirme porque puedo pensar con mayor claridad, puedo soñar con mi pasado y aunque las emociones parecen más grandes que la vida, por primera vez no tengo tanto miedo de sentir y no me siento ansiosa.

Simplemente, no hay miedo.

Ecos de voces vienen desde la sala por lo que con cautela me levanto y bajo de la cama sintiendo mis extremidades rígidas, lo que me da una idea de que he estado sin moverme por demasiado tiempo ¿Cuántos días fueron esta vez?

Consigo mis zapatos y mis dedos son temblorosos mientras ato los cordones y una mirada a mi alrededor me hace saber que no hay mochila o bolso que me pertenezca.

Olisqueo debajo de mis axilas, pero no hay hediondez lo que me garantiza que esa mujer que me llama hija y me droga, debió asearme y explica por qué traigo una de sus horribles pijamas que me queda demasiado grande debido a su complexión mucho más gruesa y maciza que mi delgadez.

Una tranquilidad me invade al descubrir que no estoy encerrada en mi antigua habitación cuando la cerradura cede y salgo dirigiéndome primero al baño porque quiero orinar, pero la puerta se encuentra cerrada anunciando que está ocupado, así que continúo pasando por la sala hasta llegar a la cocina en donde mamá está hablando con la tía Francis, esta última da un grito ahogado cuando descubre mi presencia, como si yo fuese una aparición.

Mamá voltea a mirarme llevándose una mano al pecho, palideciendo y teniendo un desliz cuando murmura:

—Tendrías que seguir durmiendo.

«Tendría» pero no lo estoy.

Ladeo la cabeza en tanto las miro, evaluando el panorama de platos de comida en la encimera y la estufa hirviendo con lo que parece una sopa con un olor que me atrae, sin embargo, mis pasos me dirigen al refrigerador.

El Rostro de una MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora