Capítulo Cuarenta: ¿Familia?

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Capítulo Cuarenta: ¿Familia?

Azhar


Siento que mi cabeza ha sido un caos.

Para ser alguien que ha quitado vidas, me ha afectado el que me quitaran la de mi mejor amigo.

Mi hermana lo asesinó.

La hermana que no sabía que tenía.

Mientras el chofer de África conduce llevándonos a la mansión de Rebecca para despedir en nuestros términos a nuestro amigo, miro por la ventana.

Fue un funeral tan... Elegante, posiblemente a Albert le hubiese gustado, pero para mí fue soso, aburrido e innecesario. Había demasiadas personas y de manera cínica me pregunté realmente a cuántos de ellos les importó mi amigo. Algunos lloraban teatralmente y otros solo lo tomaron como una reunión para socializar, me pregunto si incluso algunos tratos empresariales se cerraron.

No tengo cabeza para pensar en el hecho de que al salir del baño Leonid me abrazó en un intento de consuelo que no sentí porque estaba entumecida.

No tengo cabeza para unirme a África hablando en este momento, llenando todo el silencio porque Rebecca ha estado callada y distante, y no me interesa si es su manera de lidiar con el dolor.

No tengo cabeza para recordar que mi propia vida se encuentra atada a cuerdas de personas que quieren controlarme y que me perciben como un producto.

Pero sí que he pensado en todo lo que Odette me dijo: mi existencia.

Al final no puedo siquiera contar los abusos que he sufrido porque resulta que desde que era una niña empezaron.

Resulta que mis padres locos científicos no fueron los primeros que asesiné, los biológicos se llevaron esas primeras veces.

Cada día descubro algo nuevo de mí y no todo me gusta.

Mi gemela no me gusta y estoy segura de que tampoco le gusto.

Hay un toque en mi hombro y cuando volteo me encuentro con los ojos rojizos de África.

—Llegamos.

Miro por la ventana la enorme mansión que mayormente fue nuestro punto de encuentro. Es magnifica e impresionante, diseñada para intimidar, pero nunca logró ese impacto en mí aunque sí la codicié, aun lo hago.

Bajo del auto y seguimos a Rebecca. Mi vestido negro es corto y caro, de la mejor manera en la que hay que despedir a Albert.

La mansión se encuentra únicamente ocupada por algunos trabajadores ya que los padres de Rebecca se quedaron en la mansión de los padres de Albert en toda esa falsa pretensión de consuelo que vino después de sepultarlo, pero era demasiado para nosotras.

Nosotras, sus verdaderas amigas, vinimos a despedirlo de la mejor manera: poniendo música alta, con botellas de licor y fumando porros.

Muevo mi cuerpo al ritmo de la música mientras le doy una calada al porro y se lo paso a una África que canta a todo pulmón, es la primera vez que la veo tan desordenada, ruidosa y destrozada. Rebecca esnifa una raya de coca de la mesita de vidrio y nos mira en silencio, su rostro está demacrado, los ojos hinchados y luce muy pálida.

A Albert le hubiese encantado saber que de hecho sus amigas sí lo querían.

Soy lo suficiente egoísta y egocéntrica para creer que de las tres yo era a la que más lo quería y la que más lo va a extrañar porque pasábamos más tiempo juntos. Secretamente pienso que, aunque ellas lo lloren y luzcan más devastadas que yo, yo tengo el derecho de afirmar que, a mi manera, seguramente me duele más.

El Rostro de una MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora