Capítulo Veintiséis: ¿Me crees? (+)

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Advertencia: tal cómo lo dice el signo de "+" este capítulo contiene contenido que podría resultar sensible para cierto típico de publico, no por escenas sexuales explicitas o violencia grafica y detallada, se trata de que toca temas agresiones física y sexuales que pudiese desencadenar alguna mala experiencia, pese a que a sido tratado con cuidado. Es mi deber advertir porque no deseo que nadie se sienta incómodo o mal con la lectura.


Capítulo Veintiséis: ¿Me crees? (+)

Shaina.


—¿Por qué me ves así? —pregunta mamá.

Supongo que llevo demasiados minutos observándola, intentando entender qué partes de mi vida han sido una mentira y que pocas han sido una verdad.

Tal vez es descabellado creer en un extraño con el que por alguna razón siento una familiaridad, pero cuando pienso en las palabras de Atlas, ellas tienen sentido cosa que el comportamiento de mamá nunca ha hecho.

Tengo una semana y cuatro días sin ingerir las píldoras y sí, me he sentido extraña, más ansiosa de lo normal y mi paranoia de persecución ha aumentado, pero no he perdido el control cómo ella me hizo creer que pasaría, no he tenido episodios de ira, depresiones fuertes en dónde ni siquiera me levanto de la cama y no he perdido el apetito. Tampoco me siento bien, mucho menos mejor, me siento básicamente igual solo que creo ver más a la niña y a veces si cierro los ojos, escucho voces, risas, gritos y hay pesadillas, unas que no recuerdo al despertar.

Tengo muestras de mi medicamentos y también de los de Priscila, pero aún no sé cómo se supone debo analizarlos, con quién puedo hablar. Me siento incluso estúpida por no tener idea de nada, cómo una imbécil que fue tan protegida que es una inútil para la sociedad.

—Por nada —Termino por responderle a mi madre.

—¿Tomaste tu medicamento?

—Lo hice —digo removiendo con el tenedor la comida en el plato.

—¿Por qué no comes? ¿Hay algo malo con tu comida?

—No, solo no tengo apetito, tal vez la medicina me cayó mal —respondo bajando la vista.

—Si llegas a sentir que algo va mal o algo extraño no dudes en decirme, mi ángel bueno.

Dejo de jugar con mi comida ante el nombre que siento que durante toda mi vida ha servido cómo una manipulación y un adoctrinamiento, antes no era capaz de verlo, pero ahora algunas cosas parecen tan claras.

—¿Puedes solo llamarme Shaina? —pido viéndola una vez más.

—¿Qué hay de malo con mi apodo, cariño?

—Ya no me gusta, eso es todo.

—Has estado actuando tan extraño los últimos meses, Shaina.

Sí, porque sé que me mientes.

Porque me cansé de tu jaula, de que me duermas a tu antojo, de tus posibles falsos medicamentos y la desconfianza a tu comida.

Porque me cansé de ser la pequeña y frágil Shaina, la loca a la que ven con lástima y a la que posiblemente no le creen cuando dice que su padre la lastimó una y otra vez.

—No hay nada raro en mí, mamá, solo tengo malos días a veces —Suspiro dejando caer el tenedor—. ¿Podemos irnos ya a ver a la doctora?

A la otra mentirosa, a esa mujer en la que poco confío porque siempre le cuenta nuestras sesiones a mamá y ahora con la duda de mi medicamento sé que nunca podré ser sincera con ella o tal vez sí para medir su reacción.

El Rostro de una MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora