Capítulo Treinta y Siete: La fiesta del orgullo

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Capítulo treinta y siete: La fiesta del orgullo

Azhar


Miro con fijeza a su rostro mientras se mantiene frente a mí, a una pequeña distancia con las manos alzadas haciendo nudos en mis muñecas juntas, con sorprendente agilidad y destreza. La cuerda no me maltrata y con su índice y dedo medio él mide la separación para no lacerar mi piel.

Tan bondadoso.

Ruedo los ojos.

—¿Por qué no puedo tocarte? —intento de nuevo queriendo una respuesta más clara.

—Porque no te has ganado el privilegio.

—Bastardo engreído.

No me responde, pero me lanza una rápida mirada antes de seguir en lo suyo, terminando el último nudo. Es preciso y experto, no soy la primera y digamos que a mi ego eso no le gusta.

—¿Alguien tiene el privilegio de tocarte, su majestad?

—¿Celosa? Un rasgo común dentro de la obsesión.

—No estoy obsesionada.

—Humm...

Se hacen unos largos segundos en los que tiro de la cuerda solo para confirma lo que ya sé: estoy muy bien amarrada con mis brazos por encima de mi cabeza, al menos no estoy colgando porque mis pies tocan el suelo y la cuerda se desliza por el tubo largo horizontal.

—Entonces ¿Alguna mujer tiene tal privilegio? —insisto.

Demasiado intrigada de la respuesta. Trato de nunca mentirme a mí misma, pero en esta ocasión decido hacerlo cuando me digo que solo pregunto para tocarle algún nervio.

—No durante el sexo.

—Aw, qué lindo, disfrutaré siendo la primera, prometo que seré amable —digo batiendo mis pestañas hacia él.

—Eres más molesta de lo que recordaba, lo que no encuentro encantador, casi pensaría en eliminarte.

—Pero también soy más hermosa que en tus recuerdos ¿Verdad? —Me burlo.

Su mirada cae en mi pecho antes de volver a mis ojos.

—Ciertamente tenías menos tetas en el pasado —concuerda.

Y soy tomada por sorpresa por su declaración, lo que parece complacerlo.

—Así que eres un hombre de tetas.

—No soy así de limitante —Me hace saber dando una vuelta a mi alrededor como si evaluara como me veo atada desde todos los ángulos—. Un cuerpo no se compone solo de tetas.

—Tetas y culo, entonces. Tengo ambas.

—Qué bien, te felicito —dice con sequedad y sonrío.

—¿Así también follas? ¿Atando a tus mujeres?

—Sí, así follo —responde sin inmutarse volviendo nuevamente frente a mí—. Pero no voy a follarte, si eso es lo que esperas.

—No lo esperaba —Le sonrío—, porque para follarme tendrías que soltarme, no te dejaría follarme atada... La primera vez.

—Entonces acordaremos en que no follo sin atar y que tu no quieres ser atada para ser follada.

—La primera vez —aclaro para molestarlo, pero parece imperturbable.

Ladea el rostro para mirarme y le sonrío con amplitud.

—Ya veo, tu obsesión por mí también abarca el sexo —concluye.

El Rostro de una MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora