XVII. Los sueños que pertenecen al horizonte.

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—No me explico por qué pasa esto —lamentó Yosano ante el director—. Lo he sanado ya cuatro veces, pero todas resultan igual; Su rostro no se cura.

El director Fukuzawa escuchó sus palabras, sin mostrar emoción alguna en su rostro. En el corazón del centro de la División Especial de Poderes Inusuales, una coraza de hierro con un centro de cristal encapsulaba al falso rey celeste y lo mantenían preso, alejado de todo y de todos.

En una caja de cristal, tan aparentemente frágil, yacía el criminal, observando a Kunikida con su ojo derecho, el único que le quedaba. Su rostro, una deformación de piel y cicatrices sanadas por la fuerza, estaba cubierto por vendas. Sólo había un asiento en aquel cuadro que lo confinaba, sin embargo, y a pesar de su camisa de fuerza, el falso rey se empecinaba en permanecer de pie, siempre mirando a Kunikida.

—Pero, ¿es un usuario de habilidad o no? Porque de no serlo, sólo está ocupando espacio muy necesario en nuestras instalaciones —se quejó el director Taneda, acariciando su casi inexistente barba.

Fukuzawa miró a Yosano, como esperando que contestara.

—En teoría, no debería. No ha demostrado ninguna habilidad en particular, y lo único que se destaca es esta resistencia a mi habilidad. Aún así, no ha mostrado ser poseedor de una habilidad como "Indigno de ser humano", ni ninguna otra. Por todo esto, concluimos que lo mejor sería mantenerlo en este lugar, al menos por precaución.

El silencio se hizo en la habitación, todos con los ojos fijos en el falso rey.

—Ranpo —le llamó el director. Él, con cierto aburrimiento, dirigió su rostro hacia Fukuzawa—. ¿Qué pudiste obtener de él?

—Pues no mucho —Dejó de lado su paleta de caramelo, y abrió sus ojos, dejando entrever sus iris verdes. Se mantuvo en silencio un momento, y entonces, de pronto, dirigió su mirada a Doppo—. Oye, Kunikida, por casualidad ¿lo conoces?

Kunikida ni siquiera titubeó. Sin desviar los ojos del rostro de Kazuo, contestó:

—No, no lo conozco.

Ranpo hizo una mueca.

—Entonces, es definitivo. No tengo nada para decir.

Kunikida creyó que su corazón era todo lo que existía, puesto que era todo lo que oía. Pero la realidad se expandía más allá de sus latidos, más allá de cualquier barrera, y chocaba contra los ojos de aquel que se hacía llamar su hermano. Su único ojo lo miraba, lo capturaba.

"¿Qué vas a hacer, Kunikida?", casi podía escucharlo.

Pero él mismo no lo sabía.

...

El silencio de la enfermería lo encapsulaba en su propio caos, y lo aturdía. El débil tintinear de los frascos, y los ligeros pasos de Yosano, eran lo único que lo mantenían atado a la realidad, a la tarde que se acababa frente a él.

—A ver, muéstrame tu brazo —pidió Yosano, y él obedeció. Quitó las vendas lentamente, desenrollándolas poco a poco, hasta que las quemaduras estuvieron expuestas—. Bueno, se ven un poco mejor. Aún así, vas a proseguir con el tratamiento por un rato más.

Kunikida asintió, mientras miraba a Yosano limpiar la herida y aplicar un poco de ungüento. Cada cierto tiempo le pregunta si le dolía, y él le contestaba que no. Tal vez era una mentira, tal vez no. Los bordes de su mundo comenzaban a difuminarse.

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora