Por encima del ruido de los autos se escuchaba el filo del cristal sobre su cabeza. Los mechones de cabello rubio no paraban de caer al suelo, hasta que, de la nada, Dazai dio por terminada su tarea.
—Es lo mejor que pude hacer sin unas tijeras —confesó, admirando el desastre que había hecho.
—Está bien. Es lo que quería.
—¿Por qué querrías traer ese caos en la cabeza?
—Sólo quería un cambio.
Dazai hizo una mueca.
—¿Pero para qué uno más? Estás rodeado de cambios. Incluso tú has cambiado.
—¿Tú crees?
—Por favor, Kunikida... Lo has teñido todo de celeste.
Sus palabras no eran una exageración. En las calles, los edificios se tapizaban de celeste en señal de justicia. Las personas que marchaban llevaban el azul por estandarte. Toda Yokohama se había alzado en una mancha homogénea de celeste.
El sol arrojaba su luz nítida sobre todas las personas, haciendo lucir a aquel río humano como un arroyo perdido en el bosque; un bosque atrapado en un sueño que gritaba y exigía.
Desde la altura, daba la sensación de ver un río celeste, uno vivo que fluía con las venas de la ciudad. Desde allí abajo, colindando con otras personas, uno se podía dar cuenta de que sólo era una ideología engullendo a otras, transformándolas, y obligándolas a alzarse con una bandera celeste.
Kunikida fue el responsable de todo eso, pero mientras se abría paso entre las personas que vitoreaban la paz y la justicia nadie parecía reconocerlo. Y estaba bien, era lo que buscaba. Mantenía la mirada gacha y guardaba las manos dentro del abrigo viejo que Dazai había sacado de quién sabe dónde.
A la lejanía vio un punto blanco bastante familiar. No traía sus lentes —se le habían extraviado en algún punto de la noche—, y aún así supo que aquella mancha era Atsushi. Atraídos por la corriente, se acercaron más y más, hasta que Kunikida pudo verlo, la desesperación en sus ojos, la ansiedad en su cabeza que no paraba de girar a todos lados.
La agencia lo estaba buscando.
—No vayas conmigo, Dazai.
—Sé lo que harás. No dejaré que vayas solo.
—Es mi última voluntad.
—Entonces, también es la mía.
—Dazai...
—¿Recuerdas cuando te dije que todo era culpa mía? ¿Recuerdas cuando te juré que por ti iría hasta el mismo infierno? Ahora es momento de hacer valer mi palabra, Kunikida. Esta es mi justicia.
Eso había dicho Dazai aquella mañana, y no hubo poder humano o celestial que lo hiciera cambiar de opinión. Por eso, cuando el desfile llegó a las instalaciones de la División Especial y Kunikida se separó de ellos, no le sorprendió para nada ver a Dazai allí. En su lugar, sintió un hondo arrepentimiento. El viento tenue de la tarde movía su cabello y su gabardina, mientras que el sol rojizo lo envolvía en un halo de calidez que jamás se borraría de su memoria. ¿Cómo pudo permitir que se involucra en todos sus problemas?
Subió por las escaleras, una a la vez. Con cada escalón, un nuevo espejismo se iba revelando, hasta que la imagen de todos los guardias a los pies de Dazai se completó. Kunikida lo vio a los ojos, y en ellos encontró una vaga diversión infantil. Dazai le juró que no había muerto nadie. Kunikida decidió creer en él.
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El rey celeste [KunikiDazai]
FanfictionUn fanfic del fandom de Bungo Stray Dogs. Yokohama es el escenario del mundo, y también de los actos criminales. Entre sus últimas obras, destacan los asesinatos de un hombre que se hace llamar el Rey Celeste, un supuesto elegido cuya misión terrena...