XXVI. Callar para salvar la vista.

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Había sido una mañana exhausta, comenzando por el hecho de que Edgar lo despertó a las siete de la mañana, y terminando con las horas de sueño que le habían quedado pendientes. Por más que quiso, no pudo dormir en toda la noche. No fue el caso —qué más quisiera— lo que le quitó el sueño. Y esa era otra de las razones por la que sentía la mente tan enloquecida, tan rebelde. Los sedantes emocionantes nunca habían funcionado en él.

Durante el interrogatorio de Tanaka Jouji intentó prestar atención, en vano. Aquel hombre de mediana edad, delgado y calvo por el estrés, no había tardado ni medio segundo en confesar su crimen, y su motivo. Dijo que lo había hecho para evitar la ira del Rey Celeste. Tras preguntarle por ello, expuso la existencia de una carta, encontrada en su hogar hacía menos de una semana.

En su departamento, un cuartucho puesto patas para arriba, se encontró una carta celeste, con el nombre del destinatario impreso en el sobre. No había señas del remitente. En su interior, guardaba una pequeña nota con una sola frase:

La justicia del Rey Celeste caerá sobre ti, y sobre todos los que te son semejantes.

Para Ranpo, aquella carta sabía a manzanas viejas y apelmazadas, podridas. Insalvables.

—¿Qué confesó el culpable? —le preguntó Kunikida, observando a Tanaka Jouji a través del cristal. Ahora estaba siendo interrogado por Dazai, un mero capricho suyo.

—Dijo que al matar a los delincuentes con los que se juntaba creyó que podría evitar la justicia del Rey Celeste —explicó Ranpo en voz baja. Aquellas idioteces le amargaban la boca.

—Pues lo logró. Ahora que esta detrás de las rejas, parece improbable que el Rey Celeste se aventure a venir por él.

Ranpo no dijo nada.

—Ya está —avisó Dazai, cerrando la puerta detrás de sí. Estiró sus brazos y su espalda, como si realmente hubiera hecho algo importante.

—¿Te ha dicho algo más? —le preguntó Kunikida.

—Nada más importante de lo que tú y yo debemos discutir.

—Las relaciones no tienen cabida aquí, creo habérselos dicho —exclamó Ranpo, más alto de lo que consideraban apropiado, más bajo de lo que él habría querido.

Kunikida se disculpó, y se retiró después de aquello. Dazai, en cambio, mantenía una sonrisa de satisfacción que se le antojaba falsa, aunque él deseaba que fuera honesta. Ranpo se reservó sus comentarios tanto como le fue posible.

Dazai no cooperó con su proeza.

—¿Dónde está Edgar-kun? —preguntó Dazai, despreocupado.

—Está en una exposición literaria en Tokyo.

—Ah, ¿sí? ¿Por qué no fuiste con él?

—No quería dejarlos así. A la deriva, tan perdidos. Sé cuán inútiles son sin mí. Pero no te preocupes ni te culpes, ya me he hecho a la idea de la responsabilidad que mi habilidad me confiere.

Dazai ensanchó su sonrisa, y se giró hacía el cristal. Nadie veía al criminal.

—Ya sabes quien es el culpable detrás de todo esto —No era una pregunta.

—Incluso alguien tan brillante como yo puede quedarse en blanco en ciertos casos.

—Pero este no es uno de esos casos, ¿verdad?

Ranpo esbozó una sonrisa aún más grande. Se esmeró en reflejar su ignorancia a través de sus ojos, tan infrecuentemente admirados.

—No sabes de lo que estás hablando, Dazai —dijo Ranpo, y le dio dos palmaditas en la espalda. Su gesto de lástima fue suficiente para apagar la sonrisa de Dazai, aunque nadie más que él se habría dado cuenta—. Te sugiero que vayas a molestar a otra persona. Tú ex suena como una buena opción. Después, cuando ya no esté, podrías extrañarlo.         



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Otro capítulo corto para beneficio del guion. 

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora