XXII. La esperanza como un sueño unilateral.

156 21 2
                                    


A veces no hacía falta ni siquiera que pensara en ellos: Todo el tiempo los soñaba. Se dormía, pero despertaba en afables sueños, cálidos, y tan cruelmente reales.

—Hermano —murmuró una pequeña niña, mirándolo con sus grandes ojos cafés. Contrario a Tatsuo y él, aquella niña tenía el cabello castaño, igual que su padrastro.

El pasto se movía con el viento, como olas esmeraldas bajo sus pies. Bajo un enorme árbol, había una mesa de madera donde su padrastro y Tatsuo conversaban. Ambos estaban riéndose. No veía a su madre, pero de alguna forma sabía que debía estar cerca, tal vez dentro de la casa. Su hermana lo llamó de nuevo, con más insistencia. Él le sonrió, y le acarició el cabello, sin embargo, devolvió la mirada a ellos.

—¿Qué sucede, Yoko?

La niña hizo una mueca, preocupada.

—Pareces cansado, hermano. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien.

—¿Seguro?

—Claro que sí. ¿Qué te hace pensar que no?

—Es que pareces triste.

—Debe ser tu imaginación.

—¿Todavía me extrañas mucho?

En ese momento, trató de voltear hacia ella, pero al abrir los ojos se encontró con una pared de un azul apenas distinguible, manchada por las marcas de humo y los años de abandono. La luz que atravesaba la ventana rota caía justo al lado de su rostro, aunque pronto se vio interrumpida por un par de sombras bien definidas.

—¿Lo ve, Dazai-san? Le dije que ese auto era de Kunikida-san. Ah, Kunikida-san, ¿Se encuentra bien? ¿Qué está haciendo en un lugar como esté? Más bien, ¿qué está haciendo tirado en el piso?

Kunikida no tuvo la paciencia ni la consciencia para responder todo aquello. Se talló los ojos, y se reincorporó sentándose en el piso. La espalda y los brazos se le habían impregnado de una profunda capa de polvo.

—Atsushi-kun, ¿podrías volver a la agencia sin mí? En un momento te alcanzamos —escuchó a Dazai.

—No tengo problemas con esto, pero... ¿Todo estará bien con Kunikida? — Lo último fue como un secreto a voces, más bien un susurro mal disimulado.

—Sí, sí. Te vemos allá Atsushi-kun. Gracias.

Atsushi se retiró, más bien en contra de su voluntad. Les dedicó una última mirada, y después se fue, tratando de no mirar atrás. En cierto punto lo perdió de vista, y fue duramente consciente de la presencia de Dazai a tan sólo un metro de él.

—¿Qué haces aquí, Dazai? —se atrevió a preguntarle, luego de esperar varios segundos a que se fuera.

Osamu hizo mueca. Kunikida no supo interpretarla.

—Después de lo que hiciste, sólo debería dejarte tirado como un perro, pero tuve los modales, y la curiosidad, suficientes para venir hasta aquí a buscarte —dijo Dazai, tras meter sus manos en sus bolsillos. El tono de su voz, tan juguetón y simplista, disfrazaba su actitud con una indiferencia tal que a Kunikida se le hacía difícil creérsela—. ¿Y bien? ¿Me vas a decir que haces aquí o no?

Kunikida se sobresaltó, un pequeño susto que dio lugar a un debate incongruente.

¿Le decía o no?

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora