El sol caía del otro lado de la ventana, y arrojaba sus sombras por el lado contrario. Ranpo miraba el cielo con aburrimiento. Bebió el último trago que restaba en la curiosa botella, y le pidió a Haruno que le diera la canica atrapada en su interior. En el segundo siguiente, la tenía ya entre sus dedos.
La sujetó entre el pulgar y el índice, y mientras giraba en su silla se propuso ver a toda la oficina a través del cristal. Todos los detectives se veían igual de deformados y ambiguos, nada más allá de figuras abstractas de colores. Pero, por alguna razón cuya índole se negaba a revelar, los colores de Kunikida se mostraban todavía más difuminados y confusos que los otros.
Miró su escritorio, carente de documentos, y entonces desvió la vista hacia su propia bolsa, donde el sobre café sobresalía ligeramente.
«¿Qué haría si muestro los documentos aquí y ahora a todo el mundo?» Ranpo no pensó mucho en eso. El desenlace ya era más un recuerdo que una simple idea.
Giró en la silla una vez más, como si con ello sus pensamientos pudieran salir disparados de su cabeza. Aun cuando sintió que estaba comenzando a marearse, no dejó de girar. No se detuvo cuando Kenji le preguntó algo, ni cuando vio al jefe cruzar por la oficina.
La espera lo estaba matando. Pero cuando terminó, él también se detuvo.
El teléfono principal de la agencia comenzó a sonar. Todos se vieron los unos a los otros antes de que alguien tuviera el valor de atender el teléfono. Ese alguien fue Kunikida. Atendió la llamada como todo detective de la agencia. Le preguntó qué pasaba, y lo escuchó todo, sin perturbarse apenas. Le aseguró a aquella persona que estarían ahí en cuestión de minutos, y colgó.
Sólo ahí tuvo el coraje para fruncir el ceño, consternado, y enfrentar a la multitud que lo miraba desde sus escritorios.
—Hay otro ataque del rey celeste —confesó Kunikida, y todos exclamaron, ya fueran sonoros suspiros, respingos de horror, o una muda resignación al caos—. Hay un automóvil con varias bombas en plena área residencial. Hay que contactarnos con el equipo antibombas y...
Un sonoro estruendo lo interrumpió, a todos, en realidad. Ranpo, tan rápido como el estruendo lo golpeó, giró la cabeza hacia la ventana. Apenas divisible entre las montañas artificiales de edificios, se asomaba una columna de humo, tan enorme como una nube de tormenta.
—Detectives —dijo el director, y ya no hicieron falta más palabras. A estas alturas, ya nadie las necesitaba.
Tampoco nadie quería oírlas más.
La imagen ante ellos se alzaba como un monumento a la destrucción, como una pintura escarlata dedicada a la confusión. Por todos lados, a donde mirara, había una infinidad de heridos y, mucho se temía, de muertos. Yosano iba de aquí a allá, ayudando a los paramédicos, y salvando a aquellos cuyas condiciones lo permitían.
Todos estaban ayudando tanto como podían, excepto Kunikida. Como si de una estatua se tratase, desde que llegaron había permanecido de pie, expectante a la escena. Su rostro permanecía serio, indescifrable, como si estuviera grabada en piedra. Sus anteojos reflejaban un cacho del averno que acontecía tanto en su cabeza como fuera de ella.
Aquella muestra de conflicto desapareció cuando Osamu puso una mano en su hombro, y capturó toda su atención. Dazai sonrió hacia él, y le mostro lo que llevaba en la otra mano. Era una clase de esfera metálica, irregular y plagada de piezas que Ranpo no comprendía por completo. Aun así, Ranpo supo lo que era: Una bomba inactiva.
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El rey celeste [KunikiDazai]
FanficUn fanfic del fandom de Bungo Stray Dogs. Yokohama es el escenario del mundo, y también de los actos criminales. Entre sus últimas obras, destacan los asesinatos de un hombre que se hace llamar el Rey Celeste, un supuesto elegido cuya misión terrena...