XXXIX. Mientras vemos la lluvia.

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El clima estaba perfecto. El sol de la mañana, junto a su corte de cúmulos, surcaba el cielo celeste. Dazai sacó la cabeza por la ventanilla del auto, y cerró los ojos mientras aspiraba el aire fresco del campo.

—Ah, que maravilloso aroma —le dijo a Kunikida, que mantenía su vista fija en el camino—. Lloverá por la tarde.

—¿Mmm? —Cuestionó Kunikida, y desaceleró un poco para ver el cielo. A él le parecía que hacía un buen día—. ¿Estás seguro?

—Por supuesto. Los cúmulos no mienten.

—No te estoy entendiendo.

—Los cúmulos son esas nubes gigantes y esponjosas —señaló con el dedo hacia el horizonte—. Por lo general son nubes de buen clima, pero si aparecen temprano por la mañana quiere decir que lloverá por la tarde. O eso leí, y yo les creo.

Kunikida alzó una ceja, impresionado.

—¿Es un requisito saber de meteorología para estar en la Port Mafia?

Dazai negó con una sonrisa en el rostro.

—Sólo me gusta ver el cielo.

Los cultivos a sus lados pasaron en un segundo como una ráfaga de verdor, y en cierto momento, cuando pasaron cerca de un pueblo, se tiñeron de blanco y negro, de café y rojo. Disminuyeron la velocidad lentamente, y vieron con detalle a las vacas que habían escapado de sus corrales y que ahora paseaban por la orilla de la carretera con total libertad —e ignorancia—. No tardaron en encontrar vacas sobre el camino, por lo que tuvieron que detenerse en seco por petición de los ganaderos.

—Las vacas suben al camino, y a veces sucede que los conductores no las ven y las atropellan. Suena feo para la vaca, pero es peor para las personas. Son accidentes espantosos de ver. Ah, veo que son citadinos. Perdón si los asuste —les había explicado uno de los ganaderos que estaba tratando de retener a todas las vacas.

—¿Lo escuchaste, Kunikida? —preguntó Dazai una vez el hombre se fue—. ¿No te parece una manera interesante de morir? Sólo imagina como pondrían eso en un periódico: "El Rey Celeste y el Demonio Prodigio, muertos por una explosión bovina".

Kunikida no pudo evitar dejar escapar una carcajada. Era lo más absurdo que había escuchado.

—Hey, ¿Por qué te ríes? Hablo muy en serio. A Mori le daría un paro cardíaco sólo con enterarse.

Kunikida quería pedirle que se callara, pero las risas le impedían hasta respirar. No pasó mucho tiempo para que el ceño fruncido de Dazai se estropeara entre carcajadas.

—Tenía tanto sin reírme así —comentó Kunikida, intentado respirar.

—Para ser honesto, nunca te había visto así —resaltó Dazai, aún con una sonrisa en el rostro.

Estaba a punto de responderle algo, cuando él mismo hombre que los había detenido les dijo que podían avanzar. Le agradeció su trabajo, y avanzaron, ahora con un poco más de tranquilidad, con menos impaciencia, sólo disfrutando del paisaje que de a poco se nublaba.

Dazai se burló de eso por mucho tiempo más, y exprimió la broma hasta que a Kunikida le dolió la mandíbula de tanto reír. Atravesaron una docena de pueblos, llegaron a una pequeña tienda y compraron dos cafés y un par de panes dulces. Mientras hacían eso, notaban como el cielo se cerraba sobre ellos, como una cortina de paulatina oscuridad para el mundo.

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora