XXXI. Resignación.

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No había estrellas en aquella ciudad. Todos hablaban de lo bellas que eran, y de lo brillantes que podían llegar a ser. Todo era mentira. Fukuzawa nunca las había visto.

Camino rápidamente, sin llegar a lucir desesperado. Aún así, la gente lo volteaba a ver, y se apartaban de su camino. En el ir y venir de sus ojos observó un gato hurgar entre la basura. Con todo el dolor de su corazón, lo ignoró y continuó. Luego vio otro gato, uno naranja, afilarse las uñas contra las cortinas de su hogar. De no ser por su preocupación, se hubiera reído de buena gana.

Así ignoró cuanto gato se le atravesó en el camino, sin importar que la ansiedad se le acumulara en la palma de la mano.

Por fin, vio los árboles, oscuros, apenas iluminados por el alumbrado público. Debajo de ellos, miró a un joven sentado sobre una de las bancas, aunque él sabía que ya no era tan joven. Enlenteció su caminar, y sus pasos se volvieron anormales, demasiado paulatinos. Ranpo, que hasta entonces lo había estado ignorando a propósito, no aguantó más y le pidió que se apresurara.

Mantuvo su rostro sereno, ilegible a pesar de los ánimos de reprender a Ranpo que le gobernaron una vez comprobó que estaba a salvo.

—¿Por qué desapareciste? Todos en la agencia estaban preocupados por ti —dijo Fukuzawa, omitiendo la penosa parte en la que Edgar se soltó a llorar tras dos horas sin saber nada de él.

—Hay muchos gatos callejeros en este parque —comentó Ranpo, acariciando un gato blanco sobre su regazo.

—Lo sé.

Venía por allí seguido, por ello no le resultó difícil descifrar donde estaba Ranpo cuando le mandó una única foto, sin descripción, ni nada. Sólo un montón de pixeles y una tonelada de preocupaciones.

—Deja de mirarme así, ya no soy un niño.

—Te comportas como uno —le reprendió, y se sentó en la banca, a su lado. Ranpo hizo una mueca. Siempre se había preguntado la razón de que Ranpo fuera tan susceptible a sus comentarios de anciano—. Dime, ¿Por qué huiste? Todos perdieron la cabeza cuando Kunikida también desapareció.

—Yo me fui después que él —corrigió Ranpo.

—¿Sabes dónde está?

—Sí.

—¿Está bien?

—Esa es difícil. ¿Qué entiendes por bien?

Fukuzawa suspiró. Dejó de ver los autos que cruzaban frente a la acera, y miró al pequeño minino. Acarició su cabeza, con tan sólo la yema de los dedos, y el gato se fue, no sin antes gruñirle y tirarle un zarpazo. Ranpo no se río en ningún momento, como siempre solía hacer.

Todos sabían que "lo de siempre" estaba a punto de cambiar.

—La verdad es que me fui porque no quería dar explicaciones a nadie —confesó Ranpo, observando la dirección en la que el gato escapó—. Todos son tan idiotas. No entenderían nada, y después me harían muchas preguntas. Terminaría por llorar, ¿sabes?

Ranpo cruzó sus brazos detrás de su cuello, como una almohada, y miró hacia arriba.

Fukuzawa no comentó nada. Miró hacia el cielo, hacia la enorme mancha negra que los cubría. Seguía sin haber ninguna estrella.

—Él es, ¿verdad? Kunikida es el Rey Celeste.

Ranpo titubeó un poco antes de contestar.

—Sí.

Un auto cruzó. Luego otro, y otro. Fukuzawa deseaba que los autos se llevaran aquellas palabras tan lejos como pudieran, pero sólo les robaban el silencio y la calma.

Fukuzawa puso una mano sobre el hombro de Ranpo, y él desvió la mirada. Yukichi no pudo evitar pensar que seguía siendo el mismo niño que se adoptó a sí mismo tantos años atrás.

—Deberías llamar a Poe. Está muy preocupado.

Ranpo respingó, sorprendido. Aún así, no giró la cabeza hacia él.

—¿No vas a preguntarme nada más?

Otro auto, otro viento, otras palabras. El tiempo jamás dejaría de fluir y las cosas nunca permanecerían iguales, por más que lo deseara.

Hoy y en adelante, la tragedia sacudía a su agencia.

—Quiero toda la evidencia posible —declaró, y se levantó de su asiento—. Cuando Kunikida sea capturado, yo mismo me encargaré de procesarlo e interrogarlo.

Ranpo también se levantó y miró hacia los autos.

—Al final, resulta que el pasado no puede corregirse.

Fukuzawa lo volteó a ver, pero al ver como se limpiaba el rostro con las mangas de su ropa, desvió la mirada de nuevo.

—Lamento no haberte creído cuando él ingreso.

Ranpo se alzó de hombros.

—Era muy pronto aún. Es normal haber dudado. Yo dudé.

—Quisiste dudar.

Ranpo esbozó una sonrisa temblorosa.

—Y luego me dices que soy altanero. Nunca me dejas ser modesto.

Fukuzawa sonrió, tanto como pudo.

—Vamos, hay mucho papeleo que hacer.

—Vamos.

Y por alguna razón Fukuzawa sintió como si a su lado no llevara al eje de la agencia, sino a aquel muchacho que encontró solo por el mundo hace tanto tiempo atrás. Por algún extraño motivo, él mismo se sintió diferente, como si Yosano aún llorara por las noches, como si Kenji aún se negara a tocar a nada o a nadie, como si Dazai aún acumulara intentos de suicidio diarios, como si estuviera frente a Kunikida la primera vez que atravesó la puerta de la agencia.

La familia que había juntado con los años había comenzando a fracturarse, como las nubes que se fragmentan por el cielo celeste.

El cielo siempre había estado allí. Las nubes nunca quisieron ver en que mar navegaban. Pero si algo había aprendido a lo largo de los años era que, si algo estaba escrito, así seguiría. Sin importar que tanto se preocuparan, el sol algún día saldría, algún día llovería, algún día nevaría.

Algún día todo debe cambiar, y sólo resta resignarse. 



El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora