Kunikida salió del auto con cierta renuencia, exhalando pequeñas y efímeras nubes de vaho. El cielo por encima de Yokohama aún yacía teñido de violeta, y las nubes se pintaban de rosa ante los primeros rayos de sol de la mañana. Doppo vio alrededor, y se encontró con un mundo despierto a pesar de las prematuras horas del día. Observó a los jóvenes con uniforme, y a los adultos en traje, tan ensimismados en sus escuelas, en sus trabajos, en sí mismos; Kunikida nunca se sintió tan solo como viendo a aquella multitud.
Abrió la puerta trasera de su auto, y sacó las flores que llevaba: Un ramo de anémonas blancas.
—¿Recuerdas lo que te dije aquella noche? —murmuró Dazai, con las palabras confundiéndose en un gemido.
—¿A qué noche te refieres? —preguntó Kunikida entre sus piernas, y empujó una vez más, arrancándole otro gemido a Osamu.
—Tú sabes a que noche me refiero.
Kunikida se esforzaba por adivinar que pensamientos surcaban por su cabeza, pero cada beso lo regresaba al comienzo. Sentía la cabeza nublada, súbitamente perdida en una niebla densa. Le hubiera gustado poder perderse en ese laberinto por siempre.
Dazai le recorrió la espalda con las manos, trazando débiles líneas con las puntas de los dedos. Arremetió de nuevo, y sintió como sus uñas se le clavaban en la espalda. Dejó escapar un débil gruñido, excitado. El dolor se confundía con el placer, y ya no sabía distinguirlos.
—¿Te enojarás si te digo que no lo recuerdo?
Dazai parecía a punto de decir algo, pero él lo embistió una vez más, ahogándolo entre gemidos. Kunikida soltó una débil risa.
—Me... me enojaré si no me dejas terminar... —musitó Dazai, con la voz hecha un desastre.
Osamu capturó sus labios entre los suyos. La saliva se le escurría por las comisuras de la boca, y sentía el sabor salado de las lágrimas en los labios de Dazai. Arremetió una, dos, tres veces más, y entonces Dazai exclamó un último gemido antes de terminar. Se dejó caer sobre la cama, sonrojado y cubierto de sudor. Kunikida no tardó en seguirlo, y se recostó a su lado.
—Fantasee con esto tanto tiempo—confesó Dazai cuando recuperó el aliento. Tenía el rostro sonrojado y los ojos vidriosos, y en sus labios portaba la sonrisa más hermosa que Kunikida había visto.
—No te diría que fantaseaba con esto, pero sí, estabas en mis fantasías también —murmuró Kunikida, mientras le quitaba algunos cabellos de la frente. Casi al instante, sus mejillas se tiñeron un poco más—. ¿Qué es lo que querías que recordara?
—¿De verdad no sabes? —preguntó Dazai, coqueto. Quería obligarlo a decirlo.
—Sé que te refieres a... a la primera noche que dormí contigo —respondió Kunikida. Sintió como una estela de sonrojos se extendió en su rostro, y pudo confirmarlo por la sonrisa gatuna de Dazai.
—Exacto, esa noche —dijo Dazai, y se acurrucó junto a Kunikida.
Recargó su cabeza en su hombro, de forma que no podía mirar sus ojos. A Doppo le pareció que miraba la ventana que daba a la calle, dónde aún gobernaba la noche y el frío.
—Dijiste muchas cosas esa vez.
Algunas vendas se habían caído de su piel, revelando algunas de las muchas cicatrices en su cuerpo. Siempre le parecía que Dazai se avergonzaba de ellas, pero Osamu nunca lo había confesado, y él nunca se había atrevido a preguntarle. Por ello, su atrevimiento se limitaba a consolarlo con pequeños besos en su cuello.
—Eso es verdad. Pero también lo es esto, Kunikida —Y volteó a verlo, con sus grandes ojos castaños brillando en secreto, como testigos mudos de un futuro incierto—, nada de esto es tu culpa. Sí por alguna razón esto sale mal, recuérdalo, recuérdame, por favor, y jamás te arrepientas de lo nuestro...
—Porque fue un regalo de la voluntad de mi alma... —recordó Kunikida en medio de la acera, con la mirada fija en el cementerio frente a él. Aquello había sucedido un mes después de que se declararan como una pareja formal. A pesar del tiempo, esas palabras germinaron sus raíces en lo más profundo de su memoria, y lo había seguido desde entonces, ya fuera para bien o para mal.
Las lápidas reflejaban brillos amarillos ahí donde las primeras luces del día las acariciaban, contrastando con el púrpura de las sombras, un residuo de la noche. Avanzó entre las tumbas, mirando los nombres y las flores.
«Memento mori.»
Siguió caminando, con la espalda erguida y los ojos fijos en el frente, y se obligó a mantenerse así.
A partir de hoy, no debía titubear.
Ahora caminaba hacia una tumba, mañana lo haría hacia el infierno, y nada en él debía cambiar.
«Ahora pienso que es correcto, pero, ¿y si no lo es? ¿Qué pasa si mi ideal es la consecuencia de mi consciencia? ¿Qué si mi ideal se deforma conmigo? ¿Seguiré a pesar de todo?»
Y entonces, en un parpadeo, tuvo a sus pies aquella lápida sin nombre. Aquella lápida, hundida en el olvido por años, había resurgido paulatinamente. Primero le había sacudido el polvo, y ahora le traía flores, como una nueva bienvenida a su vida.
«Nunca debí haber venido en primer lugar —se lamentó mientras dejaba las flores sobre el piso—. Nunca debí haber ido a aquel incendio. Nunca debí haberme unido a la ADA... Nunca debí haberte dejado ser el Rey Celeste.»
Cada pensamiento era una astilla más entre sus arrepentimientos, una espina más en su cabeza. Los recuerdos le picaban los ojos, y lloraba sin llorar. Sentía los ojos pesados, dispuestos a derramarse, pero no podía permitírselo. No podía, ni debía.
—Lo haré yo. Es mi responsabilidad como tu hermano mayor, es mi deber como el hijo mayor —le dijo aquella vez frente al mar. Tenía una mano en su hombro, y la mirada fija en las olas. En aquel entonces su determinación lo cautivó más que el sol muriendo en el océano, más que las nubes de fuego: La existencia misma se redujo a lo que su hermano deseaba hacer, y haría—. Cumpliré nuestra justicia, y entonces, nunca más, nadie deberá pasar por esto: Haré de nuestro ideal una realidad.
—¿Alguna vez dudaste, Tatsuo? —le preguntó a la lápida, con la vista impasible firme en las flores que bailaban en la brisa —. Siempre tan determinado, tan obstinado... ¿Alguna vez te preguntaste todo esto que me pregunto ahora? ¿También pasaste por un duelo?
"Haz lo que tiene que ser hecho." Esas eran sus palabras, su razón de ser.
El viento se meció un poco más, corriendo entre las tumbas y agitando las flores secas. La noche terminó de dar a luz al día, y el azul de la mañana se evaporó al cielo. Ya era un nuevo día, una nueva oportunidad, un nuevo comienzo para un final.
Kunikida sonrió levemente, y cerró los ojos, sin saber que sentir.
—Eso pensé.
__________
Hola;)
Este mes está pasando demasiado rápido. De hecho, no supe que era sábado hasta que le presté atención a la fecha del celular. Me tomó por sorpresa.
Espero que les guste el cap.
Hasta luego.
ESTÁS LEYENDO
El rey celeste [KunikiDazai]
FanfictionUn fanfic del fandom de Bungo Stray Dogs. Yokohama es el escenario del mundo, y también de los actos criminales. Entre sus últimas obras, destacan los asesinatos de un hombre que se hace llamar el Rey Celeste, un supuesto elegido cuya misión terrena...