El ajetreo del viaje lo despertó. Abrió los ojos, y se encandiló con los últimos brillos del sol entrando por la ventilla derecha. Le tomó unos segundos descubrir que iba en el asiento trasero de un automóvil, y no llegó a recordar como subió a él. Sólo recordaba su huida; la mano fría de Dazai contra la suya; el futuro que había sellado al matar a uno de los tres reyes.
Se levantó del asiento por algunos instantes. Todo fuera del auto eran malezas y árboles, con enormes montañas al fondo. Cuando dirigió su mirada hacia ellas, el sol se ocultó tras su vastedad, y el mundo entero se sumergió en la enigmática hora cero. Trató de ver más, pero el camino estaba tan descuidado y el auto era tan bajo que cada golpe sacudía al auto por completo, y a ellos junto con él. Por ello, Kunikida se dejó caer de nuevo en el asiento, y permitió que su agotamiento lo pusiera a la voluntad de las rocas y huecos.
—Veo que ya despertaste —observó Osamu desde el asiento del piloto—. Lamento si te despertó todo este escándalo. Estos caminos son unos de los pocos que se pueden usar para abandonar la ciudad sin ser visto por la Port Mafia o por la División Especial. No son recorridos con regularidad.
Kunikida guardó silencio, y centró su vista en el techo. Estaba desgastado.
—¿De dónde sacaste el auto?
—Lo robé.
—¿Lo robaste?
—¿Te preocupa una mancha más en tu historial?
—Supongo.
El camino, como había dicho Dazai, era irregular. Estaba repleto de piedras y caminos angostos, de maleza incontrolable y custodiado por árboles y más maleza. Kunikida, por más que lo intentó, no supo decir dónde estaban con exactitud. Aunque no es como si fuera necesario saberlo.
—¿Por qué lo hiciste?
—¿Robar el auto? Bueno, no había mucho de donde elegir en nuestra situación...
—Sabes que no me refiero a eso —le interrumpió Kunikida.
Osamu soltó un suspiro, profundo y hastiado.
—Más bien la pregunta es por qué lo hiciste tú —inquirió, sin desviar la mirada del camino, cada vez más limitado y oscuro—. Yo confíe en ti, Kunikida.
—Tú sabías que me entregaría.
—Quise creer que no lo harías.
—Dazai, yo...
—Creí que podía convencerte de escapar. Creí que tenía más tiempo —murmuró Dazai, con la voz rota y sangrante. Las sombras se hicieron más intrincadas, como si estuvieran a punto de lanzarse sobre el auto. Dazai se negó a encender las luces—. Sabía que te entregarías, claro que lo sabía, pero no sabía como enfrentarlo... Si te hubieran puesto las esposas en ese lugar, te hubiera disparado, y luego me hubiera disparado a mí. Pero eso es algo que tú también sabías, ¿verdad? —Kunikida guardó silencio—. Y, aún así, no te importó lo que yo sintiera.
La noche los alcanzó, y Dazai decidió detenerse. Ahí, en medio de la nada, eran uno con la oscuridad y la luna. Podían esperar hasta el amanecer para seguir: Nadie los encontraría ahí. Dazai bajó la ventanilla de su lado, y reclinó el asiento todo lo que pudo. Kunikida pudo ver su perfil que miraba hacia el cielo, así como sus brazos, firmemente cruzados sobre su pecho.
—Te lo dije muchas veces, Dazai —dijo Kunikida al cabo de un rato. Se irguió sobre su asiento, buscando la misma luna que Osamu miraba—. Ya no hay un camino para mí que no sea la muerte.
Dazai permaneció inalterable a sus palabras. Allí, a merced de la opaca luz, parecía más una fría estatua que una persona de carne y hueso.
—Mi camino terminó cuando Kazuo murió. Continuar por un camino que no tiene fin... me mataría en vida.
Dazai guardó silencio por algunos momentos. El susurro de los árboles y el sonido de las cigarras los acompañaron en su debate mudo.
—A pesar de que seguimos muy cerca de Yokohama, ya no estamos en la ciudad —agregó, y Kunikida quiso saber a donde iría a parar todo aquello—. Nuestros rostros deben estar en todas partes, periódicos, noticias nacionales e internacionales... Nuestra apariencia no es un secreto para nadie. Seguir será terriblemente difícil.
—¿¡Es que no lo entiendes, Dazai!? —explotó Kunikida, sosteniéndose la cabeza, febril contra la fría noche—. Esto se acabó para mí. Mis ideales, mis propósitos, todo se terminó hoy. Yo soy el último rey ahora, y debo seguir a mis predecesores. A excepción de eso, ya no tengo propósito alguno en este mundo. Entiendes lo que te digo, ¿Verdad?
El viento arrancó crujidos de los árboles y murmullos de la hierba. Incluso las ventiscas hablaban por sí mismas, como lejanos ululatos.
—¿Por qué te empeñas en hacer todo tan difícil siempre? —murmuró Dazai. Sólo ahí Kunikida se percató de la mano que yacía extendida hacia él. La tomó, y degustó su calidez mientras miraba a las Pléyades. No sabía que estrellas miraba Dazai, pero sabía que también las observaba.
—Sólo no quiero hacerlo más complicado para ti. Ahora mismo, eres lo único que me retiene aquí, en esta vida.
Dazai soltó una risa, pequeña y tintineante.
—Lo dices como si fuera algo malo.
—Es malo para ti. No quiero lastimarte más.
—Ay, Kunikida... No sabes cuánto me desesperas... —murmuró Dazai, en un vasto suspiro—. Pero está bien. No es lo que esperaba, ni mucho menos lo que planeaba, pero está bien, lo acepto.
Kunikida alzó una ceja.
—¿A qué te refieres, Dazai?
Osamu se giró hacia él, y en sus labios esbozó una gran sonrisa. Sólo allí, cara a cara, se atrevió a confesar su propuesta:
—Tengamos un suicidio doble, Kunikida.
![](https://img.wattpad.com/cover/318034506-288-k270761.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El rey celeste [KunikiDazai]
FanfictionUn fanfic del fandom de Bungo Stray Dogs. Yokohama es el escenario del mundo, y también de los actos criminales. Entre sus últimas obras, destacan los asesinatos de un hombre que se hace llamar el Rey Celeste, un supuesto elegido cuya misión terrena...