XXI. La oscuridad que no se va con el amanecer.

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Sería fácil decir que el pasado se aferraba a él. Sería tan sencillo dejar que las mentiras escurrieran de su boca y llenaran su corazón hueco, vacío desde que el pasado se lo llevó todo. Por eso y por más, Dazai se aferraba al pasado con uñas y dientes, testarudo, desconsolado, desesperado.

En su memoria, permanece eterno aquel momento en el que extendió su mano en un día gris y sólo atrapó el aire húmedo de la tarde muerta. La carcajada del trueno, la tragedia abrazándolo mientras Odasaku se alejaba de él: Nunca lo había olvidado.

Soñaba con aquello más de lo que le gustaría. A veces se descubría a sí mismo nombrándolo entre sueños, destrozándose entre realidades. En aquella mañana, tan indiferentemente soleada, se encontró a sí mismo extendiendo su mano hacia el techo, con su torso empapado en sudor.

«Tengo que disculparme, tengo que alcanzarlo...» Pensaba mientras terminaba de despertar.

Era común que olvidara que estaba muerto.

De un salto, abandonó la cama, alarmado, dominado por la idea de ir a buscarlo. Se colocó un calcetín, e ignoró la ausencia del otro mientras se ponía los zapatos. Las vendas caídas apenas y le molestaron a la hora de ponerse la camisa, y poco o nada le importó que los botones no coincidieran. Sumergido en un sueño desesperado, buscó su gabardina en el armario.

«¿A dónde debería ir a buscarlo? ¿Debería ir a la Mafia? ¿O al bar? O tal vez este en la casa. Sí, debería estar en la casa, la casa, la casa...»

De súbito, dejó de buscar en el armario, y abrió los ojos.

«Ya no hay ningún lugar a dónde ir.» La verdad, tan irremediable como era, lo paralizó, y detuvo cada pensamiento en ese mismo instante.

«Por más que busque, sin importar que indague en cada esquina del mundo, él ya no está aquí: No hay lugar en el mundo que conozca su presencia.»

Dejó caer la cabeza sobre el armario, y se dejó caer hacia el suelo, como si hubiera perdido todas las fuerzas de repente.

La muerte era extraña, pero la vida lo era aún más. ¿Para qué vivir? ¿Para qué llegar y hacer un escándalo, sólo para desvanecerse en la nada al día siguiente?

¿Qué clase de locura era la melancolía? ¿Por qué si podía recordarlo tan vívidamente ahora ya no podía encontrarlo en ningún lugar?

En aquel último pensamiento, ya no sólo tenía a Oda en su mente.

«Kunikida, ¿Tú dónde estás? ¿Por qué si te recuerdo tan claramente, ahora ya no podré tenerte de la misma forma? ¿Por qué quisiste que ya no te tuviera?»

Tantas preguntas sin respuesta, y la única respuesta que la habitación podía darle era el silencio absoluto.

Tal vez esa era la única respuesta que necesitaba.

...

Estaba nervioso, lo admitía. Caminar hacia la agencia había sido mucho más difícil que levantarse de la cama. Cada paso surgía una mutación de la misma duda.

¿Qué haría cuando estuviera allá?

Por una parte, deseaba ignorarlo, hacerlo sufrir tanto como él estaba padeciendo. Pero, otra parte de sí, más desconocida y suprimida, quería hacer las cosas bien. Y por bien se refería a la mínima posibilidad de que regresaran.

«Como si fuera posible...» Pensó Dazai, pesimista, mientras subía al ascensor.

Subió hasta el tercer piso, y cuando las puertas se abrieron tragó saliva. ¿Podía retener todo su coraje y tristeza durante ocho horas de aquí hasta quién sabe cuándo? Dazai llegó a la conclusión de que antes se volvería loco.

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora