II. Mientras el sol sonríe.

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La agencia estaba casi vacía cuando Kunikida logró llegar a las oficinas, después de conseguir a alguien que pudiera abrir su auto, de tal modo que sólo Haruno y Kyoka pudieron ser testigos de la furia con la que Doppo atravesó todo el espacio hasta los vestidores. Ellas estaban armado un rompecabezas con forma de gato, y al parecer Kyoka era la más comprometida con él, puesto que sólo Haruno mostró algo de interés por su enojo.

Una vez que Kunikida salió de los vestidores —con exactamente la misma apariencia con la que había llegado aquella mañana—, Haruno se atrevió a hablarle.

—Disculpa, Kunikida-san, ¿Todo está bien? —preguntó con gesto preocupado.

—Sí, todo está perfecto. Un leve inconveniente en la agenda. Nada más —contestó Kunikida, acomodándose las gafas.

—¿Está seguro? —Haruno no podía dejar de ver el estropajo que Kunikida traía por cabello. A pesar de haber sido cepillado, no parecía distinto de un animal muerto y peludo—. Se miraba muy exaltado cuando entró.

—Sí, no fue nada. Sólo otro intento de suicidio de Dazai.

—¿Sólo otro intento de suicidio? —repitió Yosano Akiko, mientras salía de la enfermería de la agencia. Lo había escuchado todo, al parecer—. Dime una cosa, Kunikida. ¿Nunca se te ha ocurrido que Dazai hace eso por una razón? No sé, por ejemplo, ¿Llamar tu atención?

—Es obvio que lo hace por eso —respondió Kunikida, mirándola a los ojos.

—¿En serio? —Yosano alzó las cejas, sorprendida.

—Claro. Es evidente que sólo quiere fastidiar mi agenda, pero necesita algo más que un intento de suicidio para arruinar mi día —aclaró Kunikida, y se dispuso a sentarse delante de su escritorio y ponerse a trabajar.

A sus espaldas, Yosano dejó escapar un pesado suspiro, una exhalación más bien resignada y poco elegante.

Kunikida fingió trabajar un poco más, al menos lo suficiente para que Yosano volviera a la enfermería, y para que Haruno y Kyoka volvieran a concentrarse en el rompecabezas. Cuando sintió que ya nadie le prestaba atención, sacó su agenda, y dio una repasada a la sección de sueños, donde solía apuntar lo que veía cada noche cuando estaba dormido.

Tiene un sueño recurrente donde está con su familia. Se muestra una larga mesa occidental, y en ella se ve a su madre, su padre, y sus dos hermanos, un joven mayor igual que él —al menos ya de adulto—, y una pequeña niña, menor que él por cuatro años. Los ve platicando y comiendo, pero por alguna razón su plato está vacío, y no puede interactuar con ellos. Es desesperante, pero no llega al nivel de una pesadilla, por lo que no suele afectarle.

También sueña, en ocasiones, con el momento en el que descubrió su habilidad, o como le relatan que lo hizo. Según su madre, Kunikida estaba aprendiendo a escribir cuando descubrieron que era un usuario de habilidad.

—Estabas aprendiendo a escribir "Taza". Lo copiaste tal y como yo lo había escrito en el mismo papel viejo, y entonces el papel se transformó en una pequeña taza occidental, verde y un poco deforme —Recordaba las palabras de su madre, y como le había mostrado la taza. Ella decía la verdad, era muy deforme, con una altura normal pero un ancho muy pequeño—. Es un poco feo, pero no deja de ser tu primera creación. Por eso, lo guardamos aquí.

Le encantaba contar esa historia a todo el que se le atravesara, y después de hacerlo guardaba la tacita en la alacena, con tanto cuidado que uno podía llegar a creer que cuidaba un tesoro de gemas preciosas. Tal vez por eso ese sueño lo hacía sentir melancólico, pues la tacita se había quebrado en un incidente hacía ya muchos años. A Kunikida no le gustaba recordar ese día, y lo evitaba tanto como podía.

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora