XXVII. Una promesa perfecta.

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Los días eran cada vez más cortos, fugaces, un simple haz de luz que se repetía, y, en ocasiones, cambiaba de color. En las puertas de la agencia, Dazai se preguntaba cuál sería el color de aquel día.

Estiró la mano para tomar el pomo de la puerta, y justo en ese momento alguien tuvo la misma idea del otro lado. Dazai no se sorprendió al ver a Kunikida salir de la agencia.

—Ah, lo siento —se disculpó Doppo en apenas un murmullo. Le dio los buenos días, y luego siguió como si nada. Como debía ser, quería creer.

Pareció tener la intención de tomar el ascensor, sin embargo, cuando observó que estaba ocupado declinó la idea, y prácticamente corrió hacia las escaleras, casi como si fuera perseguido. Dazai no pudo evitar pensar que él era la causa de su huida, y por simple diversión lo siguió.

—¿A dónde vas con tanta prisa, Kunikida-kun?

—Voy a la División Especial. Tengo que interrogar a Tanaka Jouji.

—¿Sobre la carta?

—En efecto —aceptó Kunikida. Al final de las escaleras, se detuvo de forma súbita y volteó a verlo. Dazai, aún sin descender de los escalones, también interrumpió sus pasos—. ¿Quieres venir conmigo?

La chispa de sorpresa de consumió en un segundo, y al siguiente aceptó. Era incapaz de declinarlo, no cuando había esperado por aquella oportunidad desde ese amanecer donde despertó, y se halló a sí mismo en la soledad de una cama vacía; Una soledad ya conocida.

Mientras caminaba hacia su auto, pensaba en todas las preguntas que le surgieron entonces. Para cuando se sentó en el asiento del copiloto, sus pensamientos estaban centrados en organizarlas. Al momento de arrancar, sólo tuvo que bajar la ventanilla para que la mañana fresca de Yokohama consumiera todas aquellas ideas que le estorbaban.

—Oye, disculpa por lo del otro día —dijo Kunikida al cabo de un rato inmersos en el incómodo silencio.

Dazai se alzó de hombros.

—No hay nada que perdonar, o, bueno. Lo habrá dependiendo de lo que contestes.

—¿A qué te refieres? —Kunikida mantenía la mirada fija en el camino, por lo que no pudo ver su mueca de disgusto.

—¿Por qué lo hiciste?

—¿Qué?

—Ir a mi departamento.

—Porque quería recuperar mi libreta. Oye, ¡Es verdad! ¿Qué haces aquí? ¿No ibas a pedir tres días libres?

—Fue una mentira piadosa.

—Maldita sea —exclamó Kunikida, sin enojo. Más bien, como decepcionado. Siempre que caía en una de sus mentiras usaba el mismo tono, el mismo ceño fruncido. Tal vez debería sentirse arrepentido, pero ni lo estaba ni quería estarlo.

—Pero ese no es el caso. Me estás dando esperanzas, Kunikida. ¿No te hace sentir culpable?

—Tú eres el que insiste.

—Y tú eres el que acepta. Pero, ¿Sabes? Me estoy cansando un poco de esto —admitió, y miró por la ventana, simulando una tranquilidad que su corazón desesperado jamás podría sentir—. Por eso, quiero que me digas: ¿De verdad tengo alguna posibilidad de que vuelvas conmigo? Si me dices que no, lo aceptaré, me bajarás en la siguiente esquina, y al vernos por la tarde en la oficina seremos otros compañeros más del montón. ¿Qué dices? ¿Yes o no?

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora