X. Regresar al olvido.

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Habían pasado tres semanas desde que la bala del Rey Celeste le había atravesado el mediastino. Según los doctores, era un milagro que siguiera con vida. Mientras se colocaba sus vendas, con la brisa del mar entrando por la ventana del hospital, se preguntó hasta donde llegaba aquel milagro que tanto predicaban.

Durante aquel tiempo Kunikida no se había presentado ni una sola vez para verlo. Atsushi venía a diario, y era él quien le había comentado las exhaustivas investigaciones de Doppo para atrapar al Rey Celeste. De pronto, en medio de una de aquellas pláticas, recordó el incendio de la casa de Kunikida, y le preguntó dónde estaba viviendo el poeta.

—Ay, no —dijo Atsushi, dándose un golpe en la frente—. Hace una semana me pidieron que te dijera, y que no se me olvidara por nada del mundo. Perdóname, Dazai-san. Lo olvide por completo.

—No te preocupes, Atsushi-kun. Sólo dime de qué te olvidaste y considerare perdonarte.

—Ugh... Lo que sucede es que Kunikida no pudo encontrar un departamento para quedarse, y el jefe le sugirió quedarse en el tuyo —Atsushi se inclinó profundamente, y pegó su frente a las sábanas de la camilla—. ¡Lo siento, Dazai-san! ¡Olvide decirte que Kunikida ha estado viviendo en tu departamento desde hace dos semanas!

Osamu no resintió mucho la noticia, aunque si admitiría que se asombró un poco. Aun así, perdonó a Atsushi al módico precio de hacer sus deberes de oficina por dos semanas.

«Ropa, sake, vendas, libros viejos y más vendas.» Se preguntó que pensaría Kunikida de aquello. ¿Se asombraría? ¿Pensaría que es demasiado simple? ¿Sospecharía de algo más? Pese a sus dudas, Dazai sabía que el indiferente respeto de Kunikida le impediría formular cualquier clase de teoría, fuera conspirativa o no.

El cielo estaba demasiado brillante ese día. O el demasiado apagado. No lo sabía, y no le importaba mucho. Allí, a la sombra del hospital, esperaba junto a Atsushi para que vinieran por ellos y los llevaran a la agencia. Atsushi se miraba, por mucho, más nervioso que él. Giraba su cabeza de un lado a otro, como si no supiera de que lado fuera a llegar el enemigo, y apretaba la correa de su bolsa como si se temiera un robo. Además, los nervios parecían comerle la lengua, y lo volvían extrañamente callado.

«Deben haber preparado una fiesta de bienvenida, o algo así.» Al principio la idea no le emocionó, no obstante, conforme más lo pensaba menos le disgustaba. El pensamiento de celebrar con todos, de ver de nuevo a Kunikida, le sonrojó el rostro, y mientras asimilaba la idea como un hecho, observó como el auto de Kunikida se estacionaba justo delante de ellos. Sin querer, su corazón dio un salto de emoción, y grabó su felicidad en sus labios.

Y justo cuando estaba listo para arrojarse a sus brazos, su sonrisa se deformó en un cascarón vacío al ver a Akiko bajarse del automóvil.

«Debí haberlo sabido. Kunikida no conduce tan rápido.» El amor lo atontaba como no debía hacerlo.

—¿Nos vamos? ¿O estas esperando a alguien más, Dazai? —preguntó Yosano tras entrever su sonrisa decaída.

—Estoy esperando a alguien que sepa conducir, muchas gracias.

—Sólo sube al auto, ¿Quieres? Kunikida se pondrá histérico como no lleguemos en... ¿cuánto? ¿Cinco minutos? —le preguntó a Kenji, quien venía en el asiento trasero.

—Cuatro minutos y trece, doce, once, diez —contestó Kenji mientras miraba avanzar la aguja del reloj.

—Sólo apresúrate, Dazai —ordenó Akiko. Kenji seguía contando al fondo.

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora