XI. Ahora, y hasta entonces.

332 51 12
                                    


Las primeras estrellas estaban siendo reveladas al momento en que Kunikida regresó a la agencia. Pese a estar en el tercer piso, Doppo escuchó vagamente las risas y las carcajadas de la fiesta de bienvenida de Dazai. Ahí, a los pies del edificio, la música era como un murmullo ajeno a él, y no tuvo el valor para inmiscuirse en la fiesta.

Ni siquiera se tomó la molestia de pasar por su auto, sólo siguió, como si nunca hubiera regresado. La verdad, no estaba de ánimo para ver a nadie. Tenía la cabeza repleta de rostros extraños, y no se sentía capaz de ver a la cara a sus amigos, no cuando todo lo que estaba ocurriendo tenía sus raíces inmersas en las manos de Kunikida.

Durante todo aquel tiempo había tratado de encontrar pistas que lo llevaran al impostor del rey celeste, pero en el camino se había encontrado con más desconciertos que respuestas. Lo que al principio se consideró una declaración de guerra contra la Port Mafia en general, se develó al poco tiempo como un posible —e ignoto— arreglo de cuentas.

En el atentado contra la mafia murieron un total de siete hombres, un número mucho más bajo del que todos creían. Y es que la causa de muerte no fueron las explosiones en sí, sino asesinatos previamente planificados. Incluso había un mafioso que había sido curado por Yosano debido a heridas del incendio, pero había sido apuñalado al día siguiente, y en esa ocasión la muerte si lo había alcanzado.

«¿Será que el asesinato fue antes, y el incendio fue una estrategia para distraer y eliminar las pistas?» Kunikida no sabría decirlo.

Con la ayuda de Kajii y Chuuya, realizó una exhaustiva investigación de los siete hombres. La sangre se le congeló cuando se percató de que todos aquellos hombres, de alguna forma u otra, habían estado relacionados con un grupo criminal antiguo, tan informal y longevo que no tenía nombre.

Aquel hecho, ocurrido precisamente en aquella mañana, lo había llevado a la conclusión de que el impostor no era tan impostor como él pensaba. Ese Rey Celeste sabía más de lo que nadie debía, y por eso se asemejaba a Tatsuo más de lo que nadie podría haberse parecido jamás.

«Al final, todo se remonta a ese grupo —pensó, mientras la oscuridad barría las calles y la luz se limitaba a las farolas de la acera—. Sin importar cuanto tiempo pase o cuanto me esfuerce por dejarlo atrás, todo siempre se regresa a ellos, al 17 de noviembre...»

Cuando menos lo pensó ya estaba delante del cementerio. Las lápidas se levantaban pálidas entre las sombras, como tenues fantasmas refugiados en la quietud de la noche. Con pasos decididos, comenzó a recorrer las hileras de tumbas, sintiendo como la frescura de la tarde le acariciaba la piel.

Sabía que no debía ir ahí. Desde su muerte hacia tres años se lo había repetido hasta el cansancio. Aún así, nunca pudo olvidar donde se encontraba su tumba. Y ahora, en ese momento de debilidad, él estaba allí, acudiendo por una sabiduría que ya no existía más que en sus vagos recuerdos.

Mientras caminaba hacia ese foso de añoranza, más recuerdos acudían a él, cada uno rememorando el momento en que se juró que nunca más volvería a verlo. En aquel tétrico y solitario entierro se había dicho a si mismo que era un adiós para siempre. Pero no podía dejarlo ahí. No podría cortar una flor y esperar que el arbusto entero se secara por su cuenta.

Lo intentó, por tres años había luchado contra la tragedia de ser el único. Y es por eso que allí, a merced de la melancolía nocturna, frente a la existencia reducida a piedra, Kunikida se declaró atrapado en la vastedad de cosas que no pudo ni podrá controlar jamás.

—¿Será estúpido si comienzo a hablarte ahora? —murmuró a la piedra. Al instante, una ola de calor subió por su cuello, y dejó escapar un suspiro desesperado—. Claro que es estúpido.

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora