XIII. Oasis.

256 43 15
                                    


Atsushi miró su monedero, y después el menú de la cafetería. Una mesera se acercó a preguntarle si estaba listo para ordenar, a lo que Atsushi se negó, y, con un ligero sonrojo, admitió que estaba esperando a alguien.

Nunca había ido a aquella cafetería, tan similar al café Uzumaki, y, sin embargo, tan diferente. Había una gran pared repleta de libros, y aunque Nakajima se sintió tentado a tomar prestado uno, pensó que lo mejor era seguir así, quieto y paciente.

Miró la hora en el reloj de su teléfono, y soltó un pequeño suspiro. Había llegado mucho más temprano de lo normal. Aquel café estaba lejos de la agencia, pero no tanto como había creído. Era eso, o el metro era más rápido de lo que creía.

Pensaba eso con cierta curiosidad, pero todo pensamiento se diluyó en la presencia oscura que apareció por las puertas de la cafetería. Akutagawa vestía un saco diferente al usual, y traía puestas unas gafas grises, que apenas y permitían distinguir la sombra de plata de sus ojos.

El corazón de Atsushi se volvió loco en un segundo. Trató de calmarse, y de su corazón exprimió todo el valor que pudo. Con aquella valentía, levantó su mano, y entonces Akutagawa pudo distinguirlo de entre todos los demás. Sin esperar ni un segundo, Ryuunosuke se aproximó a la mesa, y Atsushi, a mitad de una crisis nerviosa, sólo pudo fingir que leía el menú.

—Buenos días —saludó con voz ronca, y tomó asiento.

—B-Buenos días —bajó el menú, y esperó que Akutagawa le dijera algo. No obstante, sus pensamientos se condensaron en la espera, y como una lluvia cayeron de su mente a la mesa—. Lo siento mucho.

—Ya deja eso —reclamó Akutagawa, sin la más mínima expresión—. Ya te disculpaste lo suficiente por mensaje. Ya entendí que no fue a propósito, y te disculpo. ¿Puedes dejarlo ir de una vez?

Atsushi asintió, sintiendo como la pena abrazaba cada centímetro de su cuerpo. Miró a Akutagawa tomar el menú, pero entonces sus pensamientos se difuminaron en el humo del día en el que las torres de la Port Mafia temblaron bajo los explosivos del falso Rey Celeste. Recordó cuando el suelo bajo sus pies desapareció, y él, sin pensarlo, tomó en brazos al Perro de la Port Mafia. Sintió su pecho cálido estrecharse junto al suyo, y como sus brazos se unían por detrás de su cuello. Fue esa calidez la que, tal vez, hizo tan corto el descenso hacia el suelo estable.

Un salto, una caída, otra infinidad de saltos más, y cuando menos pensó sus pies estaban firmes sobre la tierra, y sus brazos tomaban a Ryuunosuke como una princesa indefensa. Ahí, frente a los ojos de decenas de subordinados desconcertados, Akutagawa explotó en un sonrojo que casi le cuesta una pierna a Atsushi, de nuevo.

Atsushi carraspeó, como si tuviera el recuerdo atorado en la garganta, y con eso lo pudiera borrar de su mente.

—¿Qué vas a pedir?

—¿Eh? —Atsushi miró a Akutagawa, y luego al menú con sostenía con tanta desesperación—. Ah, sí. Eh, yo voy a pedir un pastel de chocolate y un café.

—¿No vas a pedir algo más?

—No me pagan hasta dentro de tres días —confesó Atsushi, algo apenado—. Y no sé si me paguen. Dazai-san echo a perder la impresora y me echo la culpa a mí, así que ahora tengo que pagarla —pensó que lograría sonsacarle una risa, por mínima que fuera, pero su ceño fruncido señaló el nombre que no debía ser mencionado—. Ah, perdón. No quise decir nada. Lo siento.

—No, está bien —dijo, y tosió un poco—. Está con la agencia ahora, y no hay nada que la Port Mafia pueda hacer para redimirlo —Miró a Atsushi a los ojos, y él no pudo evitar pensar que aquellos lentes de verdad le quedaban bien—. Pide algo más.

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora